I. "Oscuro, oscuro, oscuro, todo se adentra en lo oscuro", así comienza una de las secciones de East Coker, el segundo de los Cuatro cuartetos, de T. S. Eliot; y así parece terminar El cerebro de Kennedy, de H. Mankell. Cuando has leído ya unas cuantas de Mankell, te sobreviene esa doble sensación de encontrarte a gusto en casa con sus tics y maneras, y de cierto déjà vu que estimula la previsibilidad. Y, en fin, como es habitual, la novela termina con ese tono negro existencial, con algún tornasol de gris marengo.
II. Aquí había algo de ese gris: la incipiente reconciliación de Louise y Aron, y la relación filial de Louise con su padre. En algunos momentos me ha emocionado. Pero la novela negra es la novela negra. Me he acordado del dicho de Kant, pero traducido a un lenguaje de tinieblas: "Dos cosas llenan mi ánimo de estupor, siempre nuevo y creciente: el capitalismo salvaje sobre mí, y una inerradicable debilidad moral en mí". Porque eso es lo que Mankell viene mostrando desde hace tiempo, sobre todo -pero no solo- en las novelas sin inspector Wallander.
III. Dinero, poder, grandes corporaciones, Estados, laboratorios famacéuticos, que sobrevuelan invisibles, incidiendo en la vida de las personas particulares. Y hombres y mujeres concretos con pocos asideros morales y espirituales que son crujidos por los engranajes del poder. Casi siempre, lo que les mantiene es el sentido del deber profesional, un difuso sentido del bien y una repugnancia hacia lo extremadamente horroroso; y en el otro platillo de la balanza, un desorden afectivo y una falta de arraigo en tradiciones, familia, grupo, muy considerable. El alcoholismo persistente, la sexualidad "aqui te pillo, aquí te mato", y la sombra alargada del suicidio como un asiduo compañero de viaje, no pueden presagiar más que tragedia. La trama vuelve a ser barroca -sello Mankell-, las coincidencias y facilidades, lo habitual en el género, la sordidez moral narrada con perfil bajo y algunas estridencias, reaparecen.
IV. Esta vez, Mankell aborda el tema de la experimentación con personas desahuciadas portadoras del VIH en países especialmente pobres de África -Mozambique-, para hallar una vacuna contra el sida. Inaceptable, ¿verdad? ¿Por qué? ¿Por qué se indigna el escritor y el lector al que va dirigido el libro? Por un principio moral no declarado en la narración, pero constante en ella, y que ha sido violado: la persona no es una cosa. tiene una dignidad intrínseca. Contra lo que se está argumentando en la novela es la teoría del "proporcionalismo ético" -también llamado consecuencialismo-: no cuenta el mal intrínseco de la acción, sino si sus resultados, consecuencias, bienes producidos, serán proporcionales al mal que se hace. Si lo son, la acción será buena. Si hay que sacrificar a alguien por el bien de toda la comunidad, se le sacrifica.
Bien, Mankell, bien, vamos progresando.