I.
Hay libros que dejamos cerca, a mano. No sólo sabemos que volveremos a él, pronto: su presencia física ha entrado en el íntimo orden de vida de nuestro entorno inmediato. Y ahí, nos da aliento para seguir aspirando hacia arriba. Tablero de sueños, de José María Jurado (colección Inklings de Siltolá), ha llegado hasta ahí.
II.
Hacía tiempo que no encontraba a alguien con tanta libertad de espíritu. Entendámonos: no estoy hablando de esa coartada para el cambalache, la ausencia de sustancia, el todo vale, que ha venido desde los 80's expediendo el visado de "arte" a cualquier cosa, y que aún colea. ¿Preparados?: transgresión. La única transgresión -es decir trans-gredior: caminar cruzando al otro lado-, la única que está al nivel de la dignidad humana, es la que permita al hombre, a la mujer, hollar una orilla más alta.
Porque Jurado presenta un magnífico ensayo a modo de poética que continúa la tradición de las "preguntas valientes", las que han abordado los grandes. Don, belleza, lenguaje, revelación, admiración, imitación y novedad, presencia, autocrítica... el autor va haciendo girar el diamante, presentando las distintas perspectivas, para que refracte su misterioso arco iris. Y finalmente apela a unos versos de un Canto de Pound, que vienen a recordar una actitud -quizás la más costosa del poeta-: PULL DOWN THY VANITY, arroja de ti tu vanidad.
III.
Libertad de espíritu para escoger la forma lírica que mejor vaya a cada experiencia poética: haiku, soneto, poemas en prosa... (ajeno a la "Policía Montada de la Métrica", según su jocosa expresión, porque no hay dogmatismos si hay poesía). Y una apertura a las distintas epifanías de la belleza, que van estructurando el libro: el viaje, los destellos entre realidades inquietantes y penumbrosas, la experiencia religiosa -emocionante el poema "Cuaresma (día 9)"-, la música, la pintura, la escritura de los maestros. No es culturalismo -tan fácil, ¿verdad?, con internet-, es cultura encarnada. Y nos atrae el tesoro aludido, tanto como el modo de su apropiación lírica.
IV.
Si tengo que hacer un propósito artístico-moral después de esta lectura, es el de dar siempre lo mejor. Al menos intentarlo.