No sé por qué, esta mañana, muy de mañana, me asaltó el pensamiento de por qué me había gustado Crimen y castigo de Dostoyevski. Recordé que había leído de lectores que les había encantado la novela, que reconocían su valor, pero que mantenían un cordón sanitario frente al contenido: no querían que les afectase. Yo llamo a eso esteticismo -no soy el único-.
Y recordé por qué me había gustado a mí: el contenido me pareció fabuloso, sobrecogedor, verdadero, y el modo de contar, un deleite... Ya está: me gustó aquello y esto, me gustó la Y. Creo que las grandes obras literarias son ese raro prodigio de la Y al más alto voltaje. Y que las mejores fruiciones lectoras no se dan sin exponerse a una fuerte descarga de Y.