Leyendo Diario de lecturas de Ernst Robert Curtius -uno de mis sabios de cabecera-, me encuentro esta deliciosa anécdota:
Cuando me encontraba -pronto hará treinta años de ello- escribiendo un libro sobre Balzac y quise reunir testimonios de la acogida dispensada a este autor por sus contemporáneos, intenté conseguir los diarios de Goethe, que, como es sabido, tan sólo en la edición de Weimar se reproducen completos. Me resultaba difícil el acceso al texto deseado. Mas he aquí que, al comprar embutido, el tendero me lo envolvió en un pliego de maculatura de la edición de Weimar que contenía precisamente el texto buscado. En momentos de gran efervescencia intelectual, las cosas vienen a uno sin que antes las haya perseguido.
Bien, me pareció tan curiosa, que se me disparó la imaginación:
-A ver, Klaus, me pones media cuarta de morcillas.
-¿De las de cebolla, Herr Curtius? Me las están quitando de las manos.
-Sí, sí, de las de cebolla, que eso siempre activa la circulación.
-¿Algo más, panceta, morros...?
-No, para este fin de semana bastante... por cierto, ese papel... ¿es de los diarios de Goethe?
-Sí, siempre cotejo el papel de envolver con los volúmenes de mi biblioteca, y como vi que los diarios de la edición de Weimar los tengo en buenas condiciones, y este es un pliego de desecho de imprenta pues...
-Bueno, tú avisa siempre, que de los manuscritos del Maestro Eckhart que envolvían la paletilla de la semana pasada casi ni me enteré; pensaba que eran apuntes de Hegel en Tubinga, de esos que están utilizando este año como combustible en las locomotoras: son puro progreso; pero dicen que para el fogón casero no van tan bien.
-Sí, los de Schopenhauer encienden más rápido, son pura chispa. Usted perdone, sí, hay que ser más cuidadoso.
Bueno, perdón por la maldad, pero no he podido reprimirme.