Mis alumnos venden entradas para la fiesta de Nochevieja. No me ofrecen una por motivos obvios, y yo tampoco querría que mi calva asomara por el Tuenti de media blogosfera al día siguiente de la noche de autos.
De algún modo, estas prisas, estos preparativos, es como querer que el final se adelante, convertir dos meses en una víspera. Julián Marías habla mucho y bien de tener proyectos, de biografiar el futuro, en ese librito Breve tratado de la ilusión. Pero estas urgencias de bachilleres, no sé, no sé. Más parece una huida hacia adelante cuando el presente se arrastra decepcionante. Y sin embargo... estos chavales viven de la ilusión.
Yo, la verdad, carpe diem. Como Diógenes a Alejandro Magno -o eso dicen, o dice Plutarco, o no sé quién-: que no le quitara el sol de aquel momento. En esto del carpo, creo que soy más Keating que el Keating de los poetas muertos: ahora esto, después aquello, luego lo que venga. ¿Nochevieja? Prefiero diajoven, aquí y ahora. Lo más cercano que veo es el Adviento -para preparar la Navidad-, y tengo una gestante idea de lo que pediré a Sus Majestades -crisis mediante-.
La semana que viene, en el aula, tenemos que hablar de neoepicureísmo cristiano. Igual mola, y me regalan una entrada.