Hace unos días vi Toy Story 3, y creo que el guión está a la altura de su impresionante 3D, o diciéndolo con más propiedad, el 3D está a la altura de su gran guión. Me quedo sobre todo con ese paso de la adolescencia al inicio de la edad adulta, expresado a través de la entrega de los juguetes. Creo que hay mucha finura, sabiduría, en su tratamiento. Vemos la tensión, los forcejeos, la crisis de crecimiento.
Resulta que, después de ver la película, estuve leyendo La existencia abierta. Para lectores de El Principito, del profesor venezolano Rafael Tomás Caldera: un grandísimo pequeño libro sobre uno de los más grandes libros de la historia de la humanidad.
-¿Estás seguro de lo que estás diciendo?
Of course. Otro día hablaremos de esto, ahora lo que quería comentar es que Caldera trae una cita de Ortega, de una carta a Zenobia Camprubí, que me ha hecho equilibrar la verdad del mensaje de Toy Story 3. Cito parte de la cita:
Somos poco leales con nosotros mismos y gravemente ingratos con nuestro niño interior. Él es, él es quien empuja nuestros días, llenos de desazón e insuficiencia, con el aliento caliente de sus fantásticas esperanzas. Sin él, señora, diez veces en la jornada nos tumbaríamos vencidos al borde del camino, como el can reventado (...) Todos los grandes espíritus ha sabido escuchar, por debajo de los ruidos exteriores de la vida, la alegría y el llanto del niño que llevamos dentro...
Digo equilibrar porque cuando Andy deja los juguetes y se va conduciendo el coche -otro signo de vida adulta- a la universidad, nos ha enseñado una verdad, pero es una verdad complementaria con la que señala Ortega, y con otras que no caben en este post del blog. Así de rica y profunda es la vida, y nuestro conocer, si nos ponemos a ello de verdad.