AVISO PARA QUIEN QUIERA COMENTAR

¿Dónde está la sabiduría que perdimos en el conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que perdimos en la información?
T. S. Eliot, Coros de La roca, I



lunes, 15 de noviembre de 2010

Cuatro apuntes para Trece elegías y ninguna muerte de Enrique Baltanás



I
Trece elegías y ninguna muerte es un título contradictorio. El ajedrezado siena y blanco que se extiende por las cubiertas de este libro -tan bellamente editado por La Isla de Siltolá- parece reflejar algo de esto: a mí me sugiere un toma y daca entre contrarios, un proceso racional ad infinitum que pide un límite –de aquella razón, razón nada razonable, cuya modernidad advirtió Chesterton-. El propio libro lo limita con sus dimensiones, impide “a sangre” un desparrame de razón pura sub specie guttenbergis. Pero es el oxímoron del título el que finalmente ataja el juego irresoluble de contraposiciones, porque un oxímoron lleva en su interior un artilugio de desarme –o autodeconstrucción si nos ponemos postmodernos-: vuelve romos los términos antitéticos por rozamiento, al obligarles a un entendimiento mutuo. Entonces, si el oxímoron es de raza, si no procede del puro disparate o la demagogia, tomará vuelo hacia otro nivel superador de la contradicción aparente. Trece elegías y ninguna muerte ya promete ese otro nivel que ha de ser altura, ámbito, claridad, conocimiento, luz. Y cumple ya en la “Elegía I”.

II
Podemos llevar una linterna en el bolsillo, pero las luces que más iluminan son las altas, las inaprensibles, las que saludamos desde una desmesurada lejanía, paradójicamente tan cercanas y necesarias: las misteriosas. Y el misterio es la atmósfera de este poemario, belvedere donde los poemas respiran su sustancia humana y poética. Qué no haya de entenderse por misterio, no podría decirlo yo mejor que la “Elegía II” del poemario (un compendio de sabiduría en pocos versos). Es el misterio de la vida, el que han señalado los buenos existencialistas, como Gabriel Marcel, la puerta a la trascendencia que la razón sensata encuentra cuando, legítima, realiza sus operaciones pero retiene la temperatura de la humana circunstancia –misterios de dolor, de gozo- del aquí y ahora. Entonces pare la esperanza.

III
Desde el “Poema-prólogo” se aprecia un discurrir meditativo, grave, de quien va a paso quedo, afirmando las pisadas tras las muchas carreras, errores, desengaños. Se invoca Tan sólo un pensamiento que razona/y mide sus palabras, después del desengaño,/quedándose en los huesos. Me viene a la memoria ese gran poema de Eliot, Miércoles de Ceniza, igualmente escrito desde una dolorosa y lúcida madurez. Allí, para la apropiada expresión poética, se recurre a la sencilla y poderosa fraseología de las oraciones cristianas, al eco de versos de otros poetas -metafísicos y desengañados-, a la resonancia firme de la tradición y la cultura, a la repetición cadenciosa en estribillo… Aquí el proceder se acoge a las virtudes purgativas del entendimiento, a su fría luz con que huir la cálida ceguera de la pasión y de las especiosas apariencias. Baltanás pone en juego la tradición métrica de la silva como guante ajustado a la diestra mano; la repetición no de frases, sino de esquemas, movimientos, intuidos patrones de un tempo anímico traducido en ritmo verbal; la economía de las palabras, esplendente y sorpresiva en su libre necesidad; la imagen certera y novedosa, como una ventana inesperada: de la altura al barranco, y tantas otras; ecos machadianos: Por eso entre la niebla me confieso/aún buscando la luz (“Elegía VI”); incluso la referencia a pasajes evangélicos de luz, redención y resurgimiento, que expresan no un estado beatífico ya alcanzado –tan poco poético, tan nada humano-, sino una necesidad y un deseo:

Aún espero encontrarlo y encontrarme.
Quizá no me rechace. Y tal vez
me diga como a Lázaro: levántate…

IV
Así que no huye la emoción del poema, aunque haya sido pretendido desde el entendimiento. Y no lo hace por ser precisamente poema la forma que sustancia tal empeño. Como no deja de ser padre el padre por corregir ahora, cuando antes gozaba en el juego con el hijo. Al final, gobierno político, no despótico, de las pasiones, que decía Aristóteles. Baltanás es también profesor, quizás convenga en que la educación no sea más que el perenne ensayo de ese polifacético poema que es la vida con y para los otros. Ahí está ese “Ramo de rosas”, final de la segunda parte del oxímoron, la segunda parte del libro: Ninguna muerte:

Toma el ramo de rosas que te ofrezco,
no las desates, déjalas así
en un cristal con agua.
Su ofrenda te darán por unos días,
aunque serán muy breves.

No hagas caso del tiempo.
El tiempo es un engaño en ese ramo
y en otras tantas cosas de la vida.

Su brevedad no mires; sí, las rosas,
que son, igual que tú, que yo, fugaces,
pero rosas unidas en un ramo.