AVISO PARA QUIEN QUIERA COMENTAR

¿Dónde está la sabiduría que perdimos en el conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que perdimos en la información?
T. S. Eliot, Coros de La roca, I



viernes, 8 de abril de 2011

Una hilera de libros

Hoy (que ya es ayer para cuando leas esta entrada) se inaugura la feria del libro de Valencia, en los jardines de Viveros. Antes de acercarme al bullicio de las casetas, me paso por el pequeño estanque. Acodado en la barandilla de hierro -¿cuántas veces le habrán dado una mano de minio para que no se oxide?- descubro que las aves están agrupadas por familias: las ocas, los cisnes, los patos, los faisanes. Rige una ley de estricta diferenciación y agrupamiento en el orden natural. 

Me acuerdo de la hilera de libros que hay encima de mi mesa, derechos y apoyados en la pared, voceando desde los lomos sus títulos, con esa variedad de acentos, timbres, tesituras e intensidades que permite el diseño y la tipografía. Deduzco que mi hilera no tiene nada que ver con el orden natural de las ocas y demás ánades; mi hilera, o bien no es natural, o bien no está ordenada. Participa de ambas negaciones. Pero ¿qué es? Porque no es un puro azar: verdaderamente es algo, y cuanto más lo pienso, es un casi-alguien, en definitiva, un casi-yo. Participa de mi identidad, como en algún grado la participan también mis calcetines, mi espejo, o mi saxo tenor. Esa hilera de la que extraigo un libro y lo devuelvo al último puesto, va cambiando, así, de fisonomía: algo quiere decir el libro que no se mueve, el que no deja de moverse, el que ocupa ahora mismo el último lugar... Algo quiere decirme. La hilera es un ente vivo, pero no biológico como las ocas, sino biográfico como el yo que se refleja en ella. De algún modo soy yo -andante, vacilante, seguro, desocupado...- el que día a día atraviesa la hilera, el que da la extraña consistencia; el que asoma el rostro en el último libro, pero esconde el alma en el despliegue de ese aparente desorden antinatural.

Bueno, ahora estoy frente a las casetas de la feria. Ante la exuberante colocación de los libros que las inunda, me pregunto qué identidad colectiva se me muestra. Me parece inabarcable, como le parece a Novecento el mundo en La leyenda del pianista en el océano. Nunca hasta ahora me había acordado de mi hilera con nostalgia.