AVISO PARA QUIEN QUIERA COMENTAR

¿Dónde está la sabiduría que perdimos en el conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que perdimos en la información?
T. S. Eliot, Coros de La roca, I



sábado, 14 de febrero de 2015

Pobres gentes, de Dostoievski: cuatro notas de lectura



I.
Un pasaje de Pobres gentes detuvo mi lectura: el ataúd del estudiante Piotr Pokrovskii traquetea sobre un coche de caballos al trote, en dirección al cementerio de Volkov, en San Petersburgo. Llueve, una brocha gris lo tiñe todo. Tras el carro, el viejo y humilde padre del estudiante arrastra los pies solo y desesperado, su llanto le atraganta, el gabán lo lleva repleto de los amados libros del hijo, cuando alguno cae al fango, lo recoge, y prosigue. Al doblar la esquina desaparece el coche, el padre… y nuestra visión. No hay más. ¡Ah! Tan definitivo es el golpe de ver como el de no ver, de mostrar como el de no mostrar. Nunca somos más inconscientes de cómo estamos viendo a través de los ojos de Dostoievski, que cuando más modela nuestra mirada. Porque ante este atisbo de tremenda verdad moral, tan artísticamente mostrada, vemos y la verdad nos hipnotiza.

II.
Varvara Aleksiéyevna, testigo y narradora de la escena, deja allí de escribir. Punto y aparte. Durante esas fracciones de segundo en que Dostoievski nos ha dejado solos con la imagen amputada, hay asombrosamente tiempo, una eternidad de tiempo, de tiempo que no se mide con un reloj. Es un tiempo de lectura, pero de ese tipo de lectura que nos pone en una extraña dimensión, incómoda y fascinante a un mismo tiempo.

III.
Pensemos espacialmente el alma. Sería entonces como esos lugares donde un leve ruido resuena poderoso. Digo espacialmente, pero no se trata de ver el espacio, sino de oírlo. Hay lugares que no los percibimos en sus fronteras visuales, sino por la hondura en que resonamos en ellos. Y así el alma da esa primera noticia de sí, acústica, en la lectura.

IV.
¿El alma como espacio o dentro de un espacio? Ah... Dostoievski, no tengo mejor respuesta.

miércoles, 21 de enero de 2015

Macbeth, clásico... en Noches Áticas

Mis cuatro notas sobre Macbeth, en la recién nacida Noches Áticas, ¡larga vida!
Con ilustración e ilustraciones para el texto de Elías Moro, Palabrerías.

jueves, 15 de enero de 2015

Calipso, Ulises y nosotros


Chopos, JM MF


I.
"Hijo de Laertes, de linaje divino, Odiseo, rico en ardides, ¿así que quieres marcharte enseguida a tu casa y a tu tierra patria? Vete enhorabuena. Pero si supieras cuántas tristezas te deparará el destino antes de que arribes a tu patria, te quedarías aquí conmigo para guardar esta morada y serías inmortal por más deseoso que estuvieras de ver a tu esposa, a la que continuamente deseas todos los días..."

Uno de mis pasajes favoritos de la Odisea: Ulises, en el retrato sentimental que le hace la diosa Calipso, nos llega bajo una potente luz retórica. Ella, que le impide volver al hogar, reconoce la verdad del corazón de su cautivo; y esa verdad, al conocerla nosotros los lectores en este espejo adverso, nos imprime la ilusión de hallarnos asomados al brocal del alma del desdichado, con más efectividad que si el narrador desnudara el pecho cuitado de Ulises. Triángulo entre lector, mediación narrativa y objeto de conocimiento. Paradójica oblicuidad, cuanto más confeccionada, más invisible, y eficaz.

II.
Pienso en la vida que escribimos viviendo: la fuerza del reconocimiento, la validación del yo en las manos de un tú, esa paradoja redentora de la identidad que exige desarmada exposición, ordalía que de normal da vértigo. Luego, quizás, éxtasis.

III. 
Pero aún me impresiona más la elección de Ulises: despreciar la eternidad de los placeres que le ofrece Calipso, por la mortalidad en compañía de su esposa, Penélope. Mujer, mortal. 

"Venerable diosa, no te enfades conmigo, que sé muy bien cuánto te es inferior la discreta Penélope en figura y en estatura al verla de frente, pues ella es mortal y tú inmortal sin vejez. Pero aún así..."

Pero aún así... Porque si uno asintiese a esta perpetuidad de placer, no habría narración, sino abdicación de la identidad, eutanasia del yo en una algodonosa amnesia, cancelación de futuro. Y con ella su inevitable consecuencia: el borrado del nombre propio. El placer, hecho sentido vital, es el menguante hatillo para el viaje hacia la nada.

Pero si Ulises vuelve a la mar... navega hacia el entretejimiento de dos, a la intertextualidad en un decir antropológico. Intertextualidad presentida en los efímeros textos que Penélope teje cada noche, premonición del gran texto que se interrumpió y que volverá. 

IV.
Volver a Ítaca, la paradoja de volver a ser quien se es. Si Ulises se hubiese quedado, el ominoso silencioso de aquella omisión, de aquella no-escritura, nos alcanzaría ahora con la intuición segura de un formidable pecado original. Incapaces de nombrar un quién, andaríamos sin palabras con que indicar la exacta transgresión. Como animales que olfatean un momento el aire raro, volveríamos a nuestros asuntos. A nuestros asuntos ya imposibles de narrar. 


sábado, 29 de noviembre de 2014

Más sobre La sociedad del cansancio de Byung-Chul Han

I.
Estos días pasados, bajo un Madrid de lluvias, releía La sociedad del cansancio para comentar en un seminario de filosofía. Los trenes de cercanías y los vagones de metro como escenario de la lectura, y por lo tanto la lectura como acción dramática. Leer contra el tiempo que corre, lectura transformadora del tiempo cronológico -en este caso, el tiempo frío y ajeno de los horarios ferroviarios- en tiempo humano, en tiempo con sentido personal: de la biología y la tecnología, a la bioanágnosis -me permito hacer este neologísmo: 'lectura de la vida'-. Conversión del transcurrir-sin-mí al transcurrir-mío por obra y gracia del ejercicio de leer.

II.
Bueno, pues me intrigaba el fondo del que Han extrae los recursos intelectuales para elaborar su propuesta, especialmente sus críticas a autores posmodernos. Lo que voy a decir lo podrá valorar quien haya leído La sociedad del cansancio (Herder), y es: ese estilo condensado, que entrega opiniones tan sintetizadas, oculta al lector un arsenal, unas conexiones y un rico proceso intelectual. No me extraña: en La sociedad de la transparencia Han aboga por una intimidad que se sustraiga a la inquisición de una cultura que quiere transparencia absoluta, como si eso fuese posible, y aún conveniente. Pero volviendo al asunto: el no-estilo de Han contrasta con el vedettismo de un Foucault -siempre tan pedagogizante en las lúcidas explicaciones y sistematizaciones de sus teorías- o de un Sloterdijk -siempre tan arrollador en sus frases redondas, en su desbordante erudición creativamente articulada-. No-estilo que, inevitablemente, no puede dejar de ser estilo; porque todo va con su retórica, como todo bicho viviente va con su piel -qué curioso, ahora que pienso la metáfora, la piel es lo último que persiste, cuando el sujeto es ya cadáver y por lo tanto ha perdido la sustancia: qué cualidad tan vital y persistente la del estilo-.

III.
Bien, pues ese escondite de Han: no hago más que escuchar armónicos de filosofía realista, de sentido común, de filosofías de la persona, de trascendencia, de pensamiento dialógico, de paideia, de humanismo, de cristianismo, de autoayuda, de redención, de intimidad, de respeto, de la otredad ...

IV. 
¿Demasiado tiempo leyendo en los túneles ferroviarios de Madrid? Precisamente.

martes, 18 de noviembre de 2014

A diestra y siniestra, de Joseph Roth: cuatro notas de lectura



I. 
Terrible como las epifanías, la excepcionalidad cuando aparece. Digo un talento excepcional. Porque hay técnicas para escribir bien, con su no poco trabajo, y sus merecidos réditos, cuique suum. Pero el talento excepcional lo atraviesa todo, como el espíritu la materia, y no sabes de dónde viene ni adónde se encamina. Pasa, y en su fulgor te deja el rostro iluminado. Terrible.

II.
Roth, una vez más, excepcional en A diestra y siniestra: son sus temas de siempre, su nostalgia austrohúngara, su ironía… pero un nuevo vuelo de su talento lo vuelve a transfigurar todo, y qué importa que te esté contando, en el fondo, otra vez la misma historia.

III.
Amplitud y densidad de observación de la vida, en todos sus registros, altillos y bodegas. Condensación y trallazo de luz en pocas palabras, donde comparece un personaje, un vicio, un error, un terror, una dificultad anímica, una felicidad intuida, un imposible de asir…

IV.
Y esa crítica inteligente y rigurosa de las mezquindades, la pintura de una decadencia social de plutocracias y arribistas; el vaciamiento del interior humano en las periferias de la acción, el programa político con colmillos, y a río revuelto, la ganancia de ideólogos y populismos de vario signo tramoyando febriles su siniestra bambalina tras los telares de la utopía. Ay.


En la bienvenida Ediciones Ulises: sensible y agradable edición facsímil. La traducción Luis López-Ballesteros fluye deliciosamente. Enhorabuena.

viernes, 14 de noviembre de 2014

Notas finlandesas: III




Porvoo, en el camino a San Petersburgo. Casas de madera, aseadas con colores pacíficos, suaves, pasteles. Una enorme iglesia luterana en la cima de la breve ciudad. Casas de antigüedades, tiendas de arte, obra gráfica sobre papel. Grabados. Dejan las gaviotas su fugaz pincelada sobre el río dormido.

*
En el Café Cabriole de Porvoo sirven unas tartas al alimón (seguramente también al limón) con la naturaleza artística del pueblo. Aquí nació Albert Edelfelt, me dice la hispanista Carmen Heikkilaä. La pintura de Edelfelt puede contar cosas duras –la misma Finlandia es una dura pelea contra los elementos naturales-, pero su contar artístico es amable. Una imagen tremenda como “Llevando el ataúd del niño”, en el Ateneum de Helsinki, muestra la procesión funeral de una barca, con sus remeros, familiares, la hermanita, el pequeño ataúd, la honda perspectiva... pero contada con un baño de sol tibio y unos azules claros y vaporosos, con una delicadeza de líneas que desarma la escopeta de la tragedia. ¿No es una escuela de la mirada? Y no me refiero a un ejercicio de estética; sino a aguantarle la mirada a la vida cuando viene así de aviesa. Serena resignación, la vida que continúa… quizás un atisbo de la dignidad de tratar con la vida y la muerte en medio de lo cotidiano. Testimonio de la capacidad humana de asumir la desgracia, de integrarla en la trama de lo vital, de mirar más allá… hacia la trascendencia.

El arte puede ser mucho más que arte: a ciertas alturas de la vida, es lo mínimo que se le puede exigir para que lo sea.

*

La tarta en el Café Cabriole de Porvoo ha sido una Vadelma-tai mansikkajuustokakku, con bayas autóctonas, equilibrada con la astringencia de un té verde. Nuestra mesa -la de Carmen, su marido Eero y yo- se cobija bajo un cuadro que recuerda a algún pintor del postimpresionismo nórdico. Tras el cuadro, una pared blanca que se demora en alcanzar el techo; y luego amplias ventanas, golosas de luz, altas cortinas de raso amarillo-de-San Petersburgo, recogidas a un lado como el cabello en una muchacha de perfil; luces indirectas en las paredes que generan espacios separados: un pueblo tan celoso de la luz como el finlandés sabe que una penumbra bien administrada es el alma de cualquier lugar de encuentro. Queda apuntado en el cuaderno.

lunes, 6 de octubre de 2014

La paciencia de Sísifo, de Jesús Aparicio González: cuatro notas



I.

Ha sido una alegría recobrar en la lectura de La paciencia de Sísifo, aquel mundo que ya vibraba en La papelera de Pessoa. La luz sobre el almendro: el cielo, las nubes, la lluvia, los árboles, las flores, las hojas, el jardín, los insectos, la tierra, el barro, la luz… En esa altura media de las cosas levantadas de su singularidad, pero lejanas todavía de la abstracción; ahí donde aún retienen el aroma de la experiencia, mientras se adivina ya la transparencia de lo universal.


II.

Me conmovió la “Autoarenga”, especialmente los primeros versos, esa metáfora articulada:

Las flores del fracaso se han bebido tu vino.
No te importe, levanta
tu copa con el agua del arroyo.


La energía del ritmo y de la actitud exhortativa, la razón moral, los ecos clásicos, el encabalgamiento que hace resonar el imperativo. A uno le gustaría tener esa serenidad y elegancia para autoarengarse, la verdad. 

III.

Y ese mundo que encierra el haiku clásico, transplantado aquí con flexibilidad y delicadeza, que pareciera que siempre hubiese sido cosa de Cabanillas del Campo, y no de faldas del Fuji Yama. Como en "Exploración":

No preguntes por qué
se ha partido la rama.
Busqué con mi cuchillo
tras la corteza el alma.  


IV.

Me reencuentro con una voz sazonada, y como siempre, es muy difícil razonarla en estas notas. Pero así es: de nuevo ese algo sinergético, que va más allá de las bondades de unos componentes, de unos recursos; ese milagro que de lo diverso, hace lo uno y lo único; que refiere todas las observaciones puntuales a ese más allá suyo que, paradójicamente, todo lo funde en el más acá de las palabras justas. Una vez más, poesía. 

viernes, 3 de octubre de 2014

Notas finlandesas: II

Pese a lo que me habían advertido, el alumno finlandés sí habla. Es cierto que a la pregunta directa de un descarado meridional responde con un rictus instintivo de alarma; pero apenas un segundo, pues se repone y contesta, y con inteligencia e interés. Al menos, así hacían los que tuve la oportunidad de conocer en clase.

Universidad de Tampere, a ciento y pico kilómetros al norte de Helsinki. Una mañana de septiembre, de un frío incipiente que comienza a poner a los arces colorados. La universidad es moderna, limpia, acristalada, y las moquetas desconocen los papeles dejados caer. En un pasillo los alumnos presentan unos pulcros tenderetes con ofertas de clubs y asociaciones. El curso acaba de comenzar.

Y comenzamos la clase, con medio centenar de alumnos, de edades muy diversas. Imágenes, frases, un poco de mímica, apuntes de humor y una dinámica constante de preguntas y respuestas: juegan todos, o casi. Se inventan frases, breves diálogos, alguna microhistoria. El idioma español trastabilla, pero no cae, se fortalece en las heridas, ¡bien! Evitar el error no puede ser la piedra angular de la educación; lo esencial es comunicar. Esta sencilla regla desbloquea el aprendizaje. Lo veo aquí, y tantas veces al sur de los Pirineos.

La pronunciación es clara: el finés, como el español, muestra una notable seriedad silábica: cada sílaba está protegida –lo opuesto al bárbaro atropello inglés-, un instinto democrático afirma su derecho a ser pronunciada con dignidad.


Y una pequeña maldad: conocía esa leyenda de que los finlandeses saben hablar en latín, pues lo veneran desde la cuna; incluso –y esto es comprobable- tienen noticieros radiofónicos en la lengua de César. No me contengo. En plena clase, buscando modos de comunicar, pregunto en dicha lengua y… oh, al menos una alumna responde al reto. Breve diálogo. Veni, vidi, victus sum! Como penitencia, creeré un año más en el informe Pisa.

sábado, 27 de septiembre de 2014

Notas finlandesas: I

Entre las cosas que más agradezco, está la ausencia de ruido en los espacios de convivencia. En Helsinki los Cafés son silenciosos, no hay musiquillas trepanadoras, se puede hablar; pero aún hay más: incluso se puede no hablar, y quien así ejerce no manifiesta un trauma. Todo lo contrario. No parece que se conozca por aquí el horror vacui, ni visual ni sonoro. Al principio, un meridional se pondrá en alerta, sentirá inquietud por lo que falta, invocará esa superstición del whatsapp para conjurar el peligro. Pero al fin descubrirá que la otra cara de esta ausencia es una presencia: la de sí mismo.

El Café Bulevardin kahvisaloki hace la esquina donde se encuentran la calle Bulevardi y la de Mannerheimintie. A la derecha de mi mesa, una alta ventana muestra un arce joven de Bulevardi, que esconde parcialmente al tilo de la otra acera; otra ventana, en frente a la izquierda, recorta el Svenska Teatern en una porción que me recuerda a la mía de tarta de queso y frutas del bosque -Juustokakku-: es esta rebaja de tono que se ejerce aquí en todos los colores, y de ahí la suavidad con que fluye la vida, con que acaba de llegar el otoño. Las paredes del Café son de blanco roto, roto lo justo para no perturbar la paz de nadie con estridencias lumínicas. Sin cuadros, parece que la luz y las estampas de calle son suficientes. Y en verdad lo son.

Entra en el precio reponer la taza de café en el mostrador del autoservicio, de esas jarras panzonas de vidrio que reposan sobre una base caliente. El café está rebajado de cafeína. La porción de Juustokakku también ha venido rebajándose hasta desaparecer, pero su reposición no me es lícita. Al silencio se suma el piano vertical, de un negro pulido, tan elegante. Encima del piano, un retrato en blanco y negro de tres hombres que parecen celebridades literarias, sirviéndose café. También encima, una lámpara con vástago de metal y fanal marrón oscuro. Está encendida y enciende llamitas en la superficie pulida del piano. Si ahora se levantase alguien y se sentase en el taburete del piano, acariciaría las teclas con algo de Satie, Debussy...

Se escucha hablar en finés, y también se escucha no hablar, leer el periódico, escribir, mirar por la ventana, pensar, recordar… 

domingo, 17 de agosto de 2014

Tristaina, una tarde. Andorra



Tristaina es un nombre de resonancias sorprendentes. ¿Hay entre las peñas, o suspendido sobre los lagos un humor intenso y turbador para este inquietante título?

Ascendemos hacia el circo glaciar. Con su monótono tintín, unas esquilas atronan por el valle. Van al cuello de unos caballos enormes, que rastrean la hierba con sus grandes hocicos. Estos percherones, de paso corto y bamboleante, son de una piel amarronada y polvorienta, de una crin blanca sin brillo. Nos aproximamos a la recua, y alguno estira mansamente el cuello, como esperando una caricia. Son caballos para carne.

Luego el terreno baja suave hasta dos lagos. Desguarnecidos de árboles, quedan como grandes planchas azules encajadas en las breñas. El azul, casi cobalto, de una pureza fría y lisa, levemente contradicha en los destellos punteados por la brisa al rizar las aguas. Miles de reflejos se agitan en una cadencia ininterrumpida, mientras las nubes planean su corpulencia sobre el circo glaciar. Entonces, un inesperado centelleo rompe el irregular ritmo: un pez cuartea el espejo desde dentro y atrapa una mosca de agua. Un pez lento, convulso en un instante por el enigma de la sangre ciega; una mosca creada solo para rozar esta agua, hoy, este instante. Los breves círculos concéntricos se disuelven al poco en la lisura de la superficie. Nada recordará este contrapunto bajo la luz tenue de la tarde. 

Seguimos. Los pies buscan el camino justo entre el capricho de las piedras, los retazos de hierba, las lajas de pizarra que permiten cruzar el animado riachuelo. Enfrente y arriba se curva el circo en un collado, principian las escorrentías y se desenvuelve la lengua blanca del nevero: es de una blancura sucia, que en un chispazo de memoria trae el tono de las crines descuidadas y apelmazadas de los percherones. Pero ya hace tiempo que callaron sus esquilas. Ahora, sobre el silbido del viento, se alza a la izquierda uno de los picos de Tristaina, como su cabeza: la ronda una neblina desfibrada, como uno de esos pensamientos vagos que sabemos que no tardan en disiparse, demasiado perezoso aquí para ascender o para bajar por el exiguo nevero de agosto, y osar la invasión del valle.

Descendemos. Al hilo del riachuelo -ahora más cerca de nuestros pies, ahora apartado por el capricho de la senda-, se destacan o se ensordinan las habladurías del agua, lo único que la montaña dice a nuestros oídos. Desde este extremo íntimo del circo se ven los lagos de tinte azul y negro, amplias horizontales que alivia el estrépito de la insistente verticalidad y de las grandes masas inquietas de las nubes. Pero todo es más sereno al mirar la cercanía: al amor de una roca se arriman unos rododendros, con sus acentos carmesí sobre la sección de la piedra: en su faz golpeada e irregular, se destacan los líquenes de un verde casi fosforescente sobre estratos purpúreos, ocres, achocolatados, de grisuras indefinibles… No lejos, humildes se levantan ramilletes de saxifragas de pétalos blancos, que según la convicción legendaria de Plinio y los antiguos, son capaces de romper hasta las rocas con sus raíces, de ahí su nombre, que sabe el latín de saxum y frangere. También las prímulas, de sonrojo incipiente y perpetuo, y el erigerón, con su sinceridad sin coloretes, y otras florecillas de breves cabecitas púrpuras y añiles, aligeran la atonía del verde sufrido que todo lo abraza.

Antes de abandonar el circo, algo atrae la vista: al perfil de una loma que se desmaya hasta el lago dormido, en el escorzo de un giro brusco, le ha salido un arbusto grande de raíces al aire y ramas enhiestas como los dedos de una mano crispada. Queda una estampa con carácter dramático que responde al azote del viento y la nieve. Pero ahora, aún bajo esa forma exasperada, recuerda a una dormición apacible en la tibieza de las luces de la media tarde.


Tristaina, al descender por las enjutas sendas que nos devuelven al punto de partida, a los abetos y al agua amplia y sonora que alegra los chopos y los abedules, ya no me hago más preguntas. Una espesa neblina, pienso, pronto vendrá a enfriarlo todo.

domingo, 3 de agosto de 2014

Picasso frente a Velázquez: Las Meninas en blanco y negro y color, de Rafael Llano


Lo cuento en la página web de Aceprensa. Una buena lectura para los aficionados al arte que quieran profundizar en sus implicaciones más humanistas y culturales. Y dos grandes, Velázquez y Picasso, puestos a dialogar... 

Con esta obra se inaugura la colección “El festín de Babette” de Mishkin Ediciones, editorial dedicada al redescubrimiento de la identidad plural y abierta de la cultura europea.

Ah, Mishkin, el príncipe Mishkin de El idiota de Dostoievski, porque ya se sabe lo que es capaz de hacer la belleza, la Belleza, si se le deja...


viernes, 25 de julio de 2014

Té verde



Es cierto que, de entrada, el sabor puede recordar al de un puñado de césped pasado por un cedazo. Perdón por el símil, pero siempre llegamos a lo desconocido desde lo conocido, con un poco de imaginación y otro de valentía. Recuerdo aquella primera vez: cuando llegas al reino de los tés, te embriaga una atmósfera exótica de mundo heterogéneo y colonizadores británicos, pantalones beig cortos y calcetines altos, mucho calor, recolectoras con sari, El corazón de las tinieblas de Conrad... no sigo con las asociaciones porque me parece que me estoy psicoanalizando, y por aquí uno nunca sabe hasta dónde puede llegar o hasta quién o incluso si hay un quién ahí en las oscuridades del pasillo interior o un manojo de pulsiones... bueno, atrezzo freudiano con en el que nunca me he vestido, y menos ahora con estos 37º a la sombra.

Sí, recuerdo la primera vez: aquella exuberancia de aguas calientes especiadas, sus cajitas de cartón ordenadas en las baldas del supermercado y aquellas leyendas casi de autoayuda al dorso: que si antioxidante, equilibrio, quemagrasas, bienestar... Lo que no es retórica no existe: lo crucial es que sea verdad. Pues eso, té verde: el té verde descuella entre la multitud de híbridos herbáceos 'para dormir', 'para relajarte', 'para adelgazar', 'para averías somáticas diversas', 'para sacar al perro', 'para cuando no se te ocurre otra cosa mejor', 'porque sí'... Pero ahí estaba el té verde, en su simplicidad comunicativa de color primario (o secundario, depende desde dónde se vea), y en sus potencias curativas cuasimágicas: entre todas, recuerdo su detención del alzheimer -ya se ve que funciona-.

Y su origen chino. Me transporta al Liang Shan Po, aquel río mítico de aquella serie mítica de mi niñez, cuando los héroes como Chin Lu se atiborraban a té y vino de arroz (la verdad es que no he probado este último asunto, pero siendo valenciano, me da cierto repelús). Supongo que no hay nada más capaz de acoger y sublimar cualquier excrecencia imaginativa que los olores y los sabores y las músicas. En ellos cabe todo, son una enciclopedia caprichosa e imprevisible, seguramente porque refieren a realidades "menos materiales" que las que captamos por la vista (aquí sigo a Santo Tomás de Aquino). Si alguien me dice que el té es una invitación a la espiritualidad, no le diría que no, al menos por el contraste con nuestra dependencia de las imágenes, tan hipnóticas, que nos arrebatan la atención, a veces tan impositivamente. El té, su invisibilidad aromática y gustativa, me recuerda a la lectura: un montoncito de tinta sobre un montoncito de fibras vegetales (de entrada, algo no muy atractivo), y el resto es nuestro aporte espiritual. 

Paladeo una taza de té verde, y al entrecerrar los párpados sé que se me achina el rostro, aunque Chin-Lu no me esperará para remontar justicieros el Liang Shan Po; y aunque, lo reconozco, en el fondo sigo siendo incapaz de liberarme de esta ciega fe en el césped. 


miércoles, 23 de julio de 2014

Por qué releer Persuasión, de Jane Austen: dos notas

Y claro, no podía faltar la tía Jane; lo cuento en páginasDigital.es Espero que estéis teniendo muy felices vacaciones. Este blog piensa seguir en activo todo el verano, así que pasaos cuando queráis.