I
Trece elegías y ninguna muerte es un título contradictorio. El ajedrezado siena y blanco que se extiende por las cubiertas de este libro -tan bellamente editado por La Isla de Siltolá- parece reflejar algo de esto: a mí me sugiere un toma y daca entre contrarios, un proceso racional ad infinitum que pide un límite –de aquella razón, razón nada razonable, cuya modernidad advirtió Chesterton-. El propio libro lo limita con sus dimensiones, impide “a sangre” un desparrame de razón pura sub specie guttenbergis. Pero es el oxímoron del título el que finalmente ataja el juego irresoluble de contraposiciones, porque un oxímoron lleva en su interior un artilugio de desarme –o autodeconstrucción si nos ponemos postmodernos-: vuelve romos los términos antitéticos por rozamiento, al obligarles a un entendimiento mutuo. Entonces, si el oxímoron es de raza, si no procede del puro disparate o la demagogia, tomará vuelo hacia otro nivel superador de la contradicción aparente. Trece elegías y ninguna muerte ya promete ese otro nivel que ha de ser altura, ámbito, claridad, conocimiento, luz. Y cumple ya en la “Elegía I”.
II
Podemos llevar una linterna en el bolsillo, pero las luces que más iluminan son las altas, las inaprensibles, las que saludamos desde una desmesurada lejanía, paradójicamente tan cercanas y necesarias: las misteriosas. Y el misterio es la atmósfera de este poemario, belvedere donde los poemas respiran su sustancia humana y poética. Qué no haya de entenderse por misterio, no podría decirlo yo mejor que la “Elegía II” del poemario (un compendio de sabiduría en pocos versos). Es el misterio de la vida, el que han señalado los buenos existencialistas, como Gabriel Marcel, la puerta a la trascendencia que la razón sensata encuentra cuando, legítima, realiza sus operaciones pero retiene la temperatura de la humana circunstancia –misterios de dolor, de gozo- del aquí y ahora. Entonces pare la esperanza.
III
Desde el “Poema-prólogo” se aprecia un discurrir meditativo, grave, de quien va a paso quedo, afirmando las pisadas tras las muchas carreras, errores, desengaños. Se invoca Tan sólo un pensamiento que razona/y mide sus palabras, después del desengaño,/quedándose en los huesos. Me viene a la memoria ese gran poema de Eliot, Miércoles de Ceniza, igualmente escrito desde una dolorosa y lúcida madurez. Allí, para la apropiada expresión poética, se recurre a la sencilla y poderosa fraseología de las oraciones cristianas, al eco de versos de otros poetas -metafísicos y desengañados-, a la resonancia firme de la tradición y la cultura, a la repetición cadenciosa en estribillo… Aquí el proceder se acoge a las virtudes purgativas del entendimiento, a su fría luz con que huir la cálida ceguera de la pasión y de las especiosas apariencias. Baltanás pone en juego la tradición métrica de la silva como guante ajustado a la diestra mano; la repetición no de frases, sino de esquemas, movimientos, intuidos patrones de un tempo anímico traducido en ritmo verbal; la economía de las palabras, esplendente y sorpresiva en su libre necesidad; la imagen certera y novedosa, como una ventana inesperada: de la altura al barranco, y tantas otras; ecos machadianos: Por eso entre la niebla me confieso/aún buscando la luz (“Elegía VI”); incluso la referencia a pasajes evangélicos de luz, redención y resurgimiento, que expresan no un estado beatífico ya alcanzado –tan poco poético, tan nada humano-, sino una necesidad y un deseo:
Aún espero encontrarlo y encontrarme.
Quizá no me rechace. Y tal vez
me diga como a Lázaro: levántate…
IV
Así que no huye la emoción del poema, aunque haya sido pretendido desde el entendimiento. Y no lo hace por ser precisamente poema la forma que sustancia tal empeño. Como no deja de ser padre el padre por corregir ahora, cuando antes gozaba en el juego con el hijo. Al final, gobierno político, no despótico, de las pasiones, que decía Aristóteles. Baltanás es también profesor, quizás convenga en que la educación no sea más que el perenne ensayo de ese polifacético poema que es la vida con y para los otros. Ahí está ese “Ramo de rosas”, final de la segunda parte del oxímoron, la segunda parte del libro: Ninguna muerte:
Toma el ramo de rosas que te ofrezco,
no las desates, déjalas así
en un cristal con agua.
Su ofrenda te darán por unos días,
aunque serán muy breves.
No hagas caso del tiempo.
El tiempo es un engaño en ese ramo
y en otras tantas cosas de la vida.
Su brevedad no mires; sí, las rosas,
que son, igual que tú, que yo, fugaces,
pero rosas unidas en un ramo.
...me encantó
ResponderEliminartus apuntes
y esa linterna
en el bolsillo
ENRIQUE BALTANAS,
recibe MORA
MIS SALUDOS...
...traigo
sangre
de
la
tarde
herida
en
la
mano
y
una
vela
de
mi
corazón
para
invitarte
y
darte
este
alma
que
viene
para
compartir
contigo
tu
bello
blog
con
un
ramillete
de
oro
y
claveles
dentro...
desde mis
HORAS ROTAS
Y AULA DE PAZ
COMPARTIENDO ILUSION
CON saludos de la luna al
reflejarse en el mar de la
poesía...
AFECTUOSAMENTE
ESPERO SEAN DE VUESTRO AGRADO EL POST POETIZADO DE CUMBRES BORRASCOSAS, ENEMIGO A LAS PUERTAS, CACHORRO, FANTASMA DE LA OPERA, BLADE RUUNER Y CHOCOLATE.
José
Ramón...
Pues muchas gracias, saludos.
ResponderEliminarLo que te decía en el comentario perdido -que no me hace falta recordarlo porque releo la entrada y el poema final y vuelvo a sentir lo mismo- es que qué nudo en la garganta y qué belleza. Y que está perfectamente puesta la segunda etiqueta.
ResponderEliminarTambién que es una gran reseña como merece E.Baltanás, y que, en el apunte II, esa razón sensata, a la vez entrañada y abierta al misterio ('atenta' diría S.Weil), está estupendamente descrita. Y que el parto de la esperanza es un hallazgo.
"Razón sensata" es otra pareja de términos con unos rozamientos y un entendimiento obligado interesantísimo. Como lo que explicas en "la polvareda".
Gracias, José Manuel.
Muchas gracias a ti, Cristina, por esta reseña de la reseña: siguiendo el pensamiento de Weil, iluminas muy bien lo escrito por Baltanás y por mí -con respecto a mí, demasiado bien-, pero ese es el bien que ponen en su lectura los buenos lectores, como he podido aprender en Weil cuando pone ese ejemplo tan poderoso con respecto a la Iliada. Todo un hallazgo que te debo.
ResponderEliminarTe gustará, si no lo conoces, "La Ilíada o el poema de la fuerza" de Weil. Está entero en varios sitios de Internet. Muchas gracias a ti, el comentario que hiciste sobre el empeño voluntarista de "dar" un sentido a lo que no lo tiene o iluminar realidades que por sí mismas son opacas (claro, romanticismo, idealismo y el señor Kant al fondo), es muy interesante y muy fino. Creo que más que el texto de Weil, es el mío (o mi manera de redactarlo, tiene razón "marinero") el que se presta a confusión.
ResponderEliminarMuchas gracias a ti.
Muchas gracias por la referencia de Weil, que buscaré cuanto antes, y por lo que dices del voluntarismo.
ResponderEliminarNo creo que fuera tu redacción, me parece que siempre que encontramos un nuevo autor, valioso, surgen estos problemas de intelección en la primera lectura.