I.
Gracias a su blogg, de García-Máiquez conocí antes su res cogitans -o creans, o scribens- que su encarnadura en este tiempo nuestro: es lo que pasa en la descoyuntura metafísica de la blogosfera. Ya avisaba sombríamente Baudrillard de la virtualización o ficcionalización de la realidad por efecto de "las pantallas", de sus tremendos efectos identitarios. Pero es que aún no conocía a García-Máiquez. Y es que la bienhumorada humanidad -el hombre eterno- de un chestertoniano de pura cepa funciona como antioxidante antropológico de primera para habitar indemne esta ciberjungla. Vaya por delante esta primera nota para la presentación del autor del poemario Con el tiempo.
II.
Cumplidos los cuarenta, las preguntas por la identidad sólo se responden narrativamente; aunque sea en microrrelatos transfigurados de poema, de lo que hay bastante en Con el tiempo. El tiempo es el tema: desde el título, pasando por el poema de Zagajewski -"1969", que además es el año de nacimiento de García-Máiquez-, que viene como mayordomo de librea a recibirnos, y en el poema que sirve de frontispicio, "Principio", para que nadie se equivoque. Aquí no hay adanismos evanescentes, ni utopías rousseaunianas: se presenta el tiempo como manzana del Génesis, desastre, decadencia. A mí este recibimiento al lector me recuerda algo a aquello que Dante dice que cuelga sobre la entrada del Infierno: "Dejad aquí toda esperanza, oh vosotros, que entráis". Pero nada de catastrofismos, que García-Máiquez tiene también su guía, como Dante su Virgilio, para darse este paseo sabio por las cosas últimas. O sus guías, empezando por la presencia de su madre: reto a quien sea a encontrar poemas de tema materno-filial, contemporáneos, tan bellos, emocionantes y profundos. Y valga un ejemplo:
Albada
Nos vemos mucho más
desde que has muerto:
te veo cada noche
cruzar mis sueños.
La madrugada
-que es de cristal y alondra-
nos desampara.
III.
Perdón, decía lo de la respuesta narrativa a la identidad. Pues sí, García-Máiquez, recién ingresado en el club de los cuarenta, escribe estos poemas de mínima pero inevitable narratividad, de jirones de biografía asombrada, tocados de contemplación afable que todo lo salva; poemas que acaban de configurar el pasado: "In memoriam", "Anocheciendo", "Hecatombe", "La higuera estéril"...; o transfiguran el presente: "Abisal", "El hijo que no tengo", "Vudú 40", "Glosa", "Días", "Por fin"...; o prefiguran el futuro: "Variación sobre Cardenal", "Últimas voluntades", "Sin convencimiento, con esperanza"... Como una brisa tonificante, se percibe por el libro la presencia amistosa y poética de Miguel D'Ors -cómo no, en "Agradecimiento a Miguel D'Ors"-. Al final, es un poemario de relaciones filiales, maternales, paternales, conyugales, amistosas, de ahora y de la eternidad, donde apetece sentirse en casa, contando, inevitablemente, con el tiempo. Pero también con una trascendente esperanza.
IV.
Es una gran cosa que "El hijo que no tengo" quede justamente corregido y aumentado en "El llanto de una niña sostiene las constelaciones". Y, ya que estamos, Enrique, te tengo que decir que fui engendrado a la blogosfera, en buena medida, por tus Rayos y truenos, y que creo que tienes por estos cibermundos más de un hijo, natural(-mente).