I.
Hay escritores que son una voz: cada vez que la escuchas te parece que ha estado resonando continua desde el inicio, mientras tú paseabas el dial, distraído, por otras latitudes. Y te alegra reencontrarla -reencontrarte-. "¡Hombre, pero si eres tú!" En tiempos globales -la verdad, en cualquier tiempo-, lo único destaca. Y qué fácilmente se cae en el error de pretender ser distinto deliberadamente, en el de la transgresión como norte, en la estridencia propia de los avícolas programas "del corazón". La distinción, la persona, no es un "efecto" buscado. Resonar de modo único no puede ser una meta: es la gracia aneja -la añadidura- a una fidelidad.
II.
Lo primero de aquella voz, de Jiménez Lozano, fue El mudejarillo: un auténtico trallazo. "¿Se puede hacer esto con el lenguaje? Pues... ¡sí!". Yo era un joven lector con pretensiones de escribir; de epidermis hipersensible, como cualquiera entonces. Jiménez Lozano ingresaba, sin llamar, en mi incipiente canon de autores de cabecera: y sabes que has encontrado petróleo, aunque aún no sepas muy bien cómo lo vas a sacar. Luego, El cogedor de acianos, La boda de Ángela, Segundo abecedario, relatos de aquí y de allá... Ahora, Libro de visitantes, en la preciosa presentación de Ediciones Encuentro: el re-cuento de una historia eterna, la del nacimiento de Jesús.III.
El modo de contar de Jiménez Lozano en Libro de visitantes es, en primera impresión, una ingenuidad de los personajes; y al poco ya se percibe la ingenuidad del narrador. Todo va en la misma tonalidad. A mí me recuerda a un filtro ligeramente crema en una película sobre algo cotidiano. Una mirada, un modo de contar, que redime a su modo lo que cuenta. Todo es gracia -que dice Teresa de Lisieux-, en este caso literaria y humana. Porque hace falta, especialmente si hay que redimir a Hegel, que aparece por el portal de Belén con su Fenomenología del espíritu ante la mirada compasiva del Niño Dios.
IV.
El relato del nacimiento de Cristo, ese puñadito de frases casi telegráficas en los Evangelios, no ha dejado de generar una fuente constante de re-cuentos: ahí está su fortuna comunicativa, su "menos es más", que decía Mies Van der Rohe, pero con fundamento divino. La fórmula es esencialmente irrepetible -por motivos obvios: se trata del logos divino "abreviado" a lo humano-. Cada lector, cada escritor, cada época, únicos, se ven abocados a un diálogo con esa historia preñada de potencia, a hacer su re-cuento amplificado, siempre conscientes de que en el portal se entra de rodillas -pero sin anonimato-, a un diálogo que, paradójicamente, fortalece la propia voz. Esta historia pide -¿por qué será?- encarnación.