Pese a lo que podría parecer, regalar es un arte. No se trata de tener dinero: hay personas que tienen mucho dinero y no regalan; y cuando lo hacen, lo hacen mal (pero no nos pongamos tan rigoristas, el dinero ayuda).
Y si se trata de regalar libros, es una de las artes más difíciles: cuando se ejecuta bien, cambia la vida de quien recibe... y de quien regala.
Cuando me piden una sugerencia para la lectura, intento hacerme el sordo, como Jonás. Es más sencillo contar lo que te ha gustado de un libro, incluso escribirlo y hacer que circule por www. Qué irresponsable puede llegar a ser uno.
El regalo es un espejo; el de un libro, un espejo preciso: cuando regalas, regalas un reflejo de la persona regalada... y tuyo. "Perdona, si no te importa, me gustaría regalarte este libro" es como comienza su ritual el fino regalador de libros.
Regalas un libro si no queda otro remedio, si ya no puedes entregar más rosas, consolas, cristal de murano, bicicletas estáticas... Sólo cuando el amor o la amistad te acorralan, cuando no quieren más antesalas, te ves en la tesitura de ejercer ese arte supremo, y más te vale estar ejercitado: no puedes ser el joven incapaz de acompañar a su pareja en la chacona, o la dama incompetente al clavicordio, que sin habilidad para regalar un minué en la velada cultural. Esto lo aprendí en los libros de Jane Austen.
Un libro bien regalado es algo más valioso que el espacio y el tiempo: es la tercera dimensión que trasciende estas dos; con él surgen el espacio y el tiempo de la persona, íntimos. Aunque ha sido sondeada científicamente, no se le conocen límites a esta espacio-temporalidad. Y es interpersonal: expansiva hasta abrazar a presentes, ausentes y futuros.
Sólo hay un arte más difícil, el de dejarse regalar un libro. Tienes que creerte todo lo antes dicho, dejarte cambiar por todo lo bueno que el libro traiga, y confirmar en el amor o la amistad a quien te regaló.