Siempre nos quedará Buenos Aires. No he tenido la suerte, todavía, de estar allí. Pero, de algún modo, he estado. Hay lugares "muy lugares", como decía Unamuno en un artículo en el diario El Sol, en 1932; y ese singular adensamiento de la "lugaridad", a veces, se debe a que el lugar no lo escogimos, sino que nos escogió.
Sin esperarlo, me vi llevado hace bastantes años a Buenos Aires por una de las traducciones de Four Quartets de T. S. Eliot. J. R. Wilcock era su autor, argentino, y ella estaba descatalogada y en alguna librería de viejo del Cono sur. Me encontraba estudiando estas traducciones, cuando supe de la existencia de la traducción argentina, y las comunicaciones no eran tan fáciles como ahora: pero algo que no puedo llamar más que Providencia, hizo que en Londres me encontrara con un joven argentino que me habló de la gran biblioteca de su abuelo -su abuelo tenía que ser contemporáneo de Borges, si no mayor-, y yo le hablé de la influencia que aquella lejana traducción estaba teniendo sobre mis nervios -y eso que él no pretendía seguir la carrera de tantos psicoanalistas como hay por allí-. Dijo que, de vuelta a casa, la buscaría. Pues a los meses me llegó aquel librito, editado en los años 50. Desde entonces quedé en deuda con mi benefactor argentino, con Buenos Aires, con el Hemisferio Sur.
Luego, he continuado escuchando la llamada en anuncios de televisión argentinos, realizados con una fina gracia y una ironía elegante; y en tantos porteños que me he encontrado en mi propia ciudad; hace casi un año, tocando el saxo en el río, conocí a Nicolás, que trabajaba en un restaurante y había comenzado a tocar el violín, y un día me trajo agua; hoy mismo, otro me preguntaba por el rastro de los domingos. Acompañándole, me contó que es jefe de sala, Maitre, y que estaba estudiando un curso en Valencia. Me he sentido siempre muy bien tratado, como un pavo bien guarnecido.
Tendré que ir allí, esa casa que noto tan mía. Aunque solo sea para saludar a los lectores bonaerenses de este blog.