I.
"¿Pero qué haces leyendo eso?", me espetaba mi yo lector de clásicos. Bueno, bueno, bueno, se nos ha puesto gallito. No voy a ser yo -el global- el que se meta con los clásicos, talaría la misma rama sobre la que estoy sentado. Pues sí, me cogí el librito y me lo leí. Y me gustó. Uno ya sabe lo que se va a comer cuando compra un dónut, una ración de paella o se pone la servilleta de lino ante un Mousse de guisantes con requesón flambeado a la luz de un par de estilizadas vela finamente estereotomizadas. El conocimiento es condición de libertad, aunque luego la libertad se pueda desperdiciar, aun a sabiendas. Pero no era este el caso.
II.
Todos los alumnos de 2º de Bachillerato del Colegio donde trabajaba el curso pasado lo habían leído, y el sentir general -entre los que sentían algo (no es algo privativo de mi Colegio, pasa en todos)- era positivo. Estaba por casa... ¿por qué no?... Bueno, pues es un libro de autoayuda camuflado en una historia de amistad, con una estructura biográfica y un desdoble del narrador, que a veces cuenta sus encuentros con el viejo profesor como en directo; y otras se dirige al lector para contarle lo que va descubriendo para el desarrollo de su propia vida.
III.
"Muy americano", como se suele decir. Vivencial, directo, ágil, con enseñanza moral desde la portada hasta la página final, sensible(ro?), final redondo, ambiente de todo lo que has visto en series norteamericanas de un hogar norteamericano, con algunos de sus personajes-iconos. Un libro de valores. Con su ramalazo panteísta hacia el final -quizás con lo único que no estoy de acuerdo en todo el libro-: debe de ser para apelar a un público cuanto más amplio mejor, que tiene su presentimiento religioso siempre latente, pero no va más allá; qué fácilmente deriva esto en un sentimentalismo espiritual de superficie. En fin.
IV.
Bueno, sí, me gustó. Me parece que pone sobre el papel sentimientos, dilemas, problemas de hoy -y bastante de siempre-, y un puñado de actitudes, valores y virtudes de las que nadie nunca va sobrado.