Fue ayer, aunque la cosa venía de la vuelta del verano. Carmen, una alumna reincidente en mis talleres de escritura, me espetó al vernos: "¡He publicado un libro! ¿Quieres presentarlo?", -"¡Claro!"
Así es como me encontré con La autoestima de una mujer independiente muy dependiente; y de nuevo con el buen humor, la agudeza y la sensibilidad que ya había mostrado en el taller. Hoy, cuando ha dicho que no tiene grandes dotes imaginativas, he tenido que interrumpirla: "¿Cómo que no?", y le he recordado el texto que escribió sobre los gamusinos, donde se inventaba a unos seres la mar de simpáticos, presentados con una ironía fina que te arrancaba la carcajada.
Decía Carmen que ella no tenía mucho que decir; pero lo cierto es que cuando le ha tocado el turno, se ha embalado, y con ganas: comunica muy bien con el auditorio, es profesora universitaria, dirige un gabinete de psicoterapia...
Y lo hemos pasado fenomenal en el diálogo con el público, en el Bibliocafé. Hemos hablado de discapacidad, de la importancia de un libro que habla de la autoestima de las personas con discapacidad y de la amistad entre ellas y con personas que no tienen este problema (este tema, que es parte del libro, está basado en su tesis doctoral).
A mí, Carmen y su libro me han reafirmado en algo que he contado en la presentación: todos somos dependientes; el ideal moderno de autonomía como felicidad, conduce al sufrimiento; es mucho peor la discapacidad moral y afectiva, que la física y psíquica -y de la primera nadie estamos totalmente liberados-; me alegro cuando veo rampas por la ciudad, y personas con discapacidades, porque me ayudan a bajar de la nube y me humanizan; y que los paradigmas de éxito y aceptación, como los que expresan las y los modelos de la publicidad de Mango y esas empresas, con sus miradas de zombi y sus cuerpos photoshopeados, están causando unos trastornos sin retorno -no todos- a chicos y chicas y familias por la penosísima anorexia.
Bueno, Carmen sigue escribiendo, es una luchadora de raza. Habrá que estar atentos.