El viernes pasado nos reunimos en la Librería Leo, de Valencia: Ángela de Mela, Jorge Galeano, Gonzalo de Leo y amigos. Ángela es una poetisa cubana, cuya amistad y la de su marido Jorge, me precio de tener ya desde hace años. Yo sólo fui el presentador. A continuación traigo el texto de la presentación:
Un presentador no debe ser un destripador, sino un incitador; un incitador, en este caso, a la escucha. Y es lo que voy a intentar.
La historia en común de Ángela de Mela con la poesía, la literatura, el arte, no puedo abordarla aquí: es simplemente una historia repleta de formación humana, intelectual, literaria, profesional; de pasión, trabajo, sensibilidad, diálogo, responsabilidad. Nacida en Cuba, ha vivido y vive en toda esa tradición lírica tan fértil en Cuba y el Caribe, es parte de esa tradición que, como todas las tradiciones vivas, no puede dejar de seguir caminando.
Ha desempeñado muy importantes trabajos de gestión cultural nacional en Cuba, buscando ese tan necesario diálogo entre la isla y el exterior: entre otros, como formar parte del comité asesor del ministerio de cultura cubano y Fundadora del Festival Internacional de Poesía de La Habana. Y ya en España, ha desplegado una imparable actividad de escritura, publicación, docencia a través de talleres de poesía y conferencias.
La poesía, tal como la entendemos hoy, es el género literario donde esperamos un intento de decir lo que es muy difícil de decir, seguramente, imposible, si queremos llegar a realidades profundas. Pero el viaje poético del escritor y del lector son necesarios. Un centímetro ganado en ese viaje nos acerca al misterio y nos muestra nuevos paisajes que antes no podíamos ver.
Hay un aspecto que quiero resaltar especialmente: todo escritor, pero creo que de un modo radical en un poeta, tiene un derecho y un deber inescapable, levantar una voz única, honesta. La voz poética de Ángela es ese derecho y ese deber vividos con toda la entrega, y por lo tanto, desde la particularidad de su voz ha de resonar en lo universal que nos enlaza a todos. Y lo hace.
Se ha hablado del carácter insular de la escritura de Ángela. Veo, al menos, dos razones, y la primera ya está dicha: la voz personal, irrepetible, única, tiene en la isla una metáfora frecuentada por los escritores: ese lugar que solo puede crecer hacia dentro, sin obviar el contacto con lo de fuera. Esa voz cultivada, distinta, inconfundible. Así, en su modo personal de escribir hacen escala Lezama Lima, Octavio Paz, María Dulce Loynaz, entre otros, como una cristalización en una nueva realidad poética.
Y la segunda es la circunstancia vital de Ángela, la de alguien que nace y vive en una isla, Cuba, y por lo tanto el paisaje deja su huella en la persona, cuando tendemos a quedarnos solo con la mitad de la verdad al pensar que es la persona quien deja la huella en el paisaje. Esa mirada insular en estos dos sentidos se aprecia, por ejemplo, en su poemario Península de Hicacos: poemas muy plásticos, visuales, donde el tema amoroso se hace paisaje.
Ángela ejerce una voz poética con diferentes acentos, es lo que solemos observar en poetas con un recorrido vital y artístico: en Lo que el viento nos dejó, accedemos a una voz discursiva, meditativa, en alta voz, frente a un tú en un nosotros. En Rituales de la luz, encontramos reivindicación, reflexión, pero en momento alguno se pierde la cita constante con la imagen. En Escrito de tu nombre, vibra la dimensión espiritual, trascendente, religiosa que tiene en los Evangelios el escenario, los interlocutores, la hondura existencial por la que transitar.
Y hay algunos rasgos que creo que atraviesan los libros de Ángela, y que me gustan especialmente, y con esto terminaré: la dicción sencilla pero, ¡cuidado!, no simple, no superficial, sino concentrada, que enseguida establece un vínculo con el lector, o el oyente; la palabra precisa, escogida de entre un gran caudal de palabras, escogida con conocimiento de causa poética; la cualidad plástica, especialmente visual de sus versos; la imagen, sea metafórica o no, plena de sugerencia y de precisión, que se presenta en versos concisos, como fogonazos de luz que mantienen en vilo la pupila; y el fondo –el fondo importa, vaya si importa-: en la poesía de Ángela están los grandes temas de la poesía, de la vida, encarnados con valor, sin desatender lo carnal ni lo espiritual, y precisamente por esa presencia de lo espiritual religioso, la escritura adquiere una tensión y un compromiso artístico y humano arduos, porque cuando se quiere decir lo más inefable, todo trabajo será poco. Pero sin esa tensión de fondo, espiritual y religiosa, como dice George Steiner en Gramáticas de la creación, no habríamos tenido el gran arte, los clásicos; no podríamos defendernos del todo vale.