Me gustaría ver, ahora, un Cézanne. Qué fácil, ¿verdad?, con dos clics de ratón bastaría; y, sin embargo, no serviría para nada. Una ojeada superficial a una reproducción de L'Estaque o... ¿y...? La esencia debe de estar en la distancia. Por eso viajamos. Cuando todo está a mano, todo es un arabesco de humo y tramoya.
Cézanne: pasan los días y uno levanta sus pocos y primorosos santuarios; se acerca con veneración, en un conmovido silencio. A veces, de lejos basta.
Así que doy un rodeo. Sé a dónde ir, busco aquellas palabras:
Sigo visitando, mientras tanto, la sala de Cézanne, del que tras la carta de ayer quizá puedas hacerte ya una pequeña idea. (...) Para todo, sin embargo, se requiere mucho, muchísimo tiempo. ¡Cuando recuerdo cómo miraba extrañado e inseguro las primeras cosas que tuve delante, apenas de oídas conocido el nombre! Y luego nada, hasta que, de improviso, tienes la visión justa... (R. M. Rilke, Cartas sobre Cézanne)
Ahora sí que lo he vuelto a ver.