I.
Hay libros que nos levantan, y Padres e hijos de Turguenev es uno. Lo he leído casi de un tirón. Sí, hay un gancho que tira hacia arriba del lector. Una fuerza intelectual, emotiva, moral, artística, que te despega del suelo. Y te preguntas, ¿por qué?
II.
Estamos en la Rusia de mediados del XIX, los personajes tienen exóticos nombres y diminutivos fáciles de confundir, hay aristócratas afrancesados, princesas, condes, mujiks -campesinos-, el problema de los siervos, la mítica San Petersburgo, las veladas y los paseos de la buena sociedad, liberales germanófilos hegelianos y jóvenes nihilistas "a la Schopenhauer" ... Y entonces Turguenev trasciende todo eso, y podrías decir: "Ha pasado en mi urbanización", o en la Roma republicana, o siempre.
III.
Una mirada en la que vibran, como figuras a través de un fuego, el perenne conflicto generacional entre padres e hijos, la difícil esencia de la paternidad, la rebeldía... y unos personajes cuya natural complejidad nos es tan cercana, que nos abruma con una portentosa sensación de sencillez: en Basárov está la semilla de esos personajes de los que el Raskolnikov de Dostoievsky vendrá a ser la quintaesencia; y en sus padres, esas presencias redentoras, como será Sonia, para los seres queridos y atormentados.
IV.
Creo que es el poder redentor del amor lo que va tomando forma y dando forma a la novela: el de los amigos, el de los enamorados, el de los padres. El final del libro me hace pensar que Gabriel Marcel bien pudo haberla leído, y haber encontrado allí aquella estremecedora idea sobre la esperanza: "Tú no morirás, porque espero en ti en nosotros".