AVISO PARA QUIEN QUIERA COMENTAR

¿Dónde está la sabiduría que perdimos en el conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que perdimos en la información?
T. S. Eliot, Coros de La roca, I



sábado, 27 de febrero de 2016

Odisea de Homero: cuatro notas de relectura

I.
Uno de los pasajes más conmovedores de la Odisea es el encuentro de Ulises y su viejo perro, Argos. Veinte años ha esperado Argos, ha subsistido en el abandono de quienes debían cuidarlo, y no lo hicieron. Ausente el amo, se relajaron los cuidados de las cosas de la casa. Así como la negra noche encierra a los hombres en sí mismos y limita sus acciones, pues de igual manera una tristeza viene pesando sobre el hogar de Ulises. Llegamos ahora a esta escena, breve, intensa: el perro viejo yace sobre un montón de estiércol a las puertas del palacio de su amo. Imagen dura, emblema de desamparo, que prepara el clímax emocional: Ulises, disfrazado, dialoga con un porquerizo; Argos, al percibir la voz del amo, yergue la cabeza, Ulises se acerca, el perro agacha las orejas y bate el suelo con la cola: más fuerzas ya no le asisten. Ulises "desvió su mirada, enjugóse una lágrima". Entra en el palacio. Argos muere. Continúa la Odisea

II.
Siempre se lee desde un lugar, hacia otro lugar. El texto es un alto, un promontorio, de transitoria habitación.

III.
Penélope reconoce a Ulises, el texto exalta el encuentro, y Homero, como suele, pinta una imagen para ese momento, intensificado así y como absuelto del sucederse del tiempo. Solo brevemente. Es el ritardando del arte para que paladeemos la dicha que, como todo, se escapa. ¿No es eso lo que hacemos con lo grande y lo bello, intentar retenerlo con imágenes, palabras, signos, rituales? 

IV.
"Odiseo lloraba, abrazado a su dulce y honesta esposa. Así como la tierra aparece grata a los que vienen nadando porque Poseidón les hundió en el ponto la bien construida embarcación, haciéndola juguete del viento y del gran oleaje; y unos pocos, que consiguieron salir nadando del espumoso mar al continente, lleno el cuerpo de sarro, pisan la tierra muy alegres porque se ven libres de aquel infortunio: pues de igual manera le era agradable a Penelopea la vista del esposo y no le quitaba del cuello los níveos brazos." (Trad. Luis Segalà y Estalella).

Pero era Ulises el náufrago, y Penélope quien acogía; Ulises, el mar, el peligro; Penélope, la tierra, las raíces. ¿Por qué ese intercambio de valores en la metáfora? Extrañamientos familiares que la gran literatura nos regala; familiaridades extrañas que establece con la vida. 

miércoles, 10 de febrero de 2016

Miércoles de Ceniza, de T. S. Eliot: nueva lectura

Vuelvo a abrir la edición de las obras de Eliot por el día de hoy: Miércoles de Ceniza. Era 1930 y Eliot tenía 42 años.

Porque no espero volver otra vez
porque no espero
porque no espero volver
a desear el talento de este, o la habilidad de aquel,
no me fuerzo a esforzarme ya por cosas tales
...

Una guerra increíble, un periodo tenso prebélico, un matrimonio roto, una conversión religiosa. Se dice que deberíamos olvidarnos del poeta para encontrarnos con el poema. Sí, yo también lo digo y lo enseño. Pero el lector es soberano para invitar a su lectura a quien quiera, y nadie podrá censurarle si se hace acompañar del autor. La lectura, la vida, no es para la soledad. 42 años dan para haber sido acariciado por la ceniza muchas veces, y para esas intuiciones, sutiles, que salvan.

domingo, 24 de enero de 2016

Relectura de Crimen y castigo, de F. Dostoievski: cuatro notas


Here's Looking at You, tinta sobre papel. JM Mora Fandos


I.
Si al caminar atravesase un campo, y al dejarlo a mi espalda ese campo quedase ya mío, sin más derecho que el de haberlo andado, esto me recordaría a la lectura, donde al alcanzar el último linde del libro, sé de mi nueva fortuna y que debo ser agradecido. Y si alguna vez volviese a atravesar ese campo, me sabría en casa, como al releer un libro.

II.
Leo por tercera vez Crimen y castigo, de Dostoievski. Ahora Raskolnikov y Sonia se perfilan con más matices, los cuartuchos de las pensiones se estrechan como estampas expresionistas… pero es todo, simultáneo y completo, lo que vuelve, como un mundo inquietantemente acogedor. Leo del mismo modo que Constanza, en “La fragancia del vaso” de Azorín, recuerda sus vivencias; como quien retiene la fragancia del vaso de vino que se fue. ¿Dónde van las lecturas? Se engolfan, como esencias, en alguna bóveda del alma.

III.
Cada relectura es una familiaridad y una novedad. Esta vez ha ganado relieve el personaje de Svidrigailov, su sobrecogedora personalidad, como la de tantos personajes de Dostoievski; pero me ha resultado un personaje especialmente complejo; más precisamente: mostrado de manera compleja, reservándose el narrador qué contar y qué ocultar, hasta el final. ¿Engaña Svidrigailov a Raskolnikov o se engaña? Real hasta doler.

IV.

Restaurar un alma lleva tiempo, siete años en Siberia para Raskolnikov. Lleva tiempo y un ángel, Sonia. Con qué facilidad nos disolvemos; con qué lentitud se renace, caminando por un apartado sendero, bajo los rigores de una intemperie. Personal, comunitaria, social. Ahora, al momento del hacha, se hace apropiado leer, releer, Crimen y castigo.

sábado, 19 de diciembre de 2015

El buey y la mula como manera de leer: cuatro notas

I.
Releyendo un texto de Joseph Ratzinger sobre la Navidad (Imágenes de la esperanza, Ed. Encuentro), me quedo rumiando estos versos de Isaías (1,3) “Conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo. Israel no conoce, mi pueblo no discierne”. Es uno de estos preciosos ecos, sutiles hasta desvanecerse, que acuden a los relatos del nacimiento de Jesús: hasta los animales conocen lo esencial, mientras los hombres no lo ven.

II.
Ayer releía el relato “El violín de Rothschild”, de Chejov y comprobaba lo hondo que se me había colado esta historia. Quizás por la relectura. Frecuentar lo valioso engendra relaciones delicadas, difíciles de traer a las palabras; y en esa delicadeza, estas relaciones demuestran su asombrosa fortaleza.

III.
A veces añoro una comunicación más honda con todo. Un modo de mirar menos marcado por la ironía. La ironía es, frecuentemente, distancia de seguridad, ejercicio de dominio. La ironía forja una imagen de lo que tiene enfrente, y la vapulea. ¿Podemos, hoy, mirar, leer, sin ironía?

IV.

Me gustaría leer como el buey y la mula, con la confianza de Isaías, con el riesgo de que algo grande se pueda revelar en la lectura, de que la vida no sea soledad, con la esperanza de que lo Nuevo pueda tener su acontecimiento entre la sencillez de lo ordinario, como en un cuento de Chejov, como en un portal de Belén.

domingo, 6 de diciembre de 2015

La fragancia del vaso: una nota sobre Azorín, Cervantes

Este capítulo de Castilla, de Azorín, es de esas cosas que, puestos a hacer una apresurada maleta, metería sin pensármelo.


Entra la luz primera por el tamiz de los visillos. El cuarto de la fonda donde habéis pasado la noche es modesto. Una mesa recia de pino, una silla a juego, una jofaina sobre el poyo de la ventana, os acompañan. Sobre la mesa, el librito de Azorín y otro de Cervantes, La ilustre fregona. Os habéis despertado con el quiquiriquí de esos gallos arcanos de los pueblos. No habéis querido faltar a la llamada y pronto os habéis aseado y ya estáis sentados frente a la mesa, releyendo el librito de Azorín, revolviendo las páginas de la novella de Cervantes. La luz va enjalbegando la pared a la que se enfrenta la mesa, y difundiendo una claridad por el cuarto. Pero vosotros no reparáis, y seguís enfrascados en la relectura, en esa fragancia antigua. Constancica, la heroína de Azorín, salta al libro de Cervantes, y vuelve al de Azorín. Como de la mano os lleva Constancica a aquellos otros ratos de lectura, a aquella primera vez. Habéis sacado unas cuartillas en blanco y comenzáis a emborronarlas con no sabéis qué pensamientos. Llega un rumor de conversaciones del piso de abajo. Se escuchan voces femeninas, una es admonitoria y lacónica; la otra, aguda y cantarina. De la calle, sube el golpeteo rítmico de los cascos de alguna cabalgadura, que en un momento se adivina bajo la ventana, y que luego se la siente alejarse con su cadencia sorda. Pero nada de esto habéis oído. Miráis con un nostálgico sobresalto el reloj y pensáis que hay que hacer la maleta, y en ella metéis apresuradamente a Azorín y Cervantes y las cuartillas. El recuerdo, como la fragancia del vaso del vino apurado, os aturde dulcemente. Salís, una vez más, a la calle.  

sábado, 28 de noviembre de 2015

Adviento

Recuerdo, cuántos años, la preparación de la Navidad. No la escapada a por el tierno musgo para el Belén, ni al ultramarinos a por las lustrosas castañas, la redecilla de nueces, los higos secos, de prieta enjundia y piel emblanquecida, como un cuento antiguo… Lo que ahora recuerdo es el Adviento, la preparación del advenimiento del Niño Dios. Cuántos advientos… Intento recuperarlos y me desdoblo en alguien que escava y descubre entre estratos el dibujo de un deslizamiento que corta los lechos depositados por los años…
Me pregunto, al recorrer el dibujo hondo de las líneas de la palma de mi mano, si en tantas ilusiones en la vida —perdidas, ganadas, transfiguradas— no volví cada vez, inconsciente, por esa senda antigua aprendida en un Adviento de niño: “Prepararte para lo que vendrá; ponte en camino”. Como esos libros que en la lectura te recomponen de las trizas de los días, te juntan por tu nombre y te llevan hacia un brillo. Como las esperanzas.

Bueno, ya está, ya estoy, otra vez aquí: el Adviento.

lunes, 23 de noviembre de 2015

Las propiedades del aire, de Enrique Baltanás: cuatro notas de lectura




I.
Este año, el poemario Las propiedades del aire vio la luz al recibir el premio Unicaja. Pasaban los meses y quería yo ponerle unas notas. Se me terminaba el tiempo, como a tantos poemas del libro, porque va del paso del tiempo, y quizás también del vaso del tiempo, donde queda y se precipita lo que no es solo el turbión de los minutos. De eso, algo de eso, va el libro. Comenzando por esa disposición progresiva —que progresista no; Baltanás y yo nos entendemos— de los poemas en una línea lumínica: de oscuridad cerrada a atardecer sereno, con refulgencias que conmueven. La luz del misterio y el misterio de la luz.


II.
Las propiedades del aire trae una propiedad legítima, la de la emoción poética: por humana y por poética, valga la tautología. Qué le vamos a hacer, los hombres y mujeres se emocionan —quizás he transgredido algún código cultural o el dogmatismo de la sospecha—, y nada grande —ni aun mediano— se ha vivido o padecido sin emoción. El poemario de Baltanás me ha hecho recordar que hay verdades sentimentales y que no son la cifra oscura de algo que con temor y vértigo palpamos en el interior de una caja oscura, en un cuarto oscuro; qué va. Son las verdades a las que se orientan los sentimientos, como los girasoles; luces que ellos mismos no pueden darse. No es que estas cosas, y alguna despistada poética, vuelvan —como piensa el espectador de la vida, curioseando un outlet retro—, sino que nosotros volvemos a ellas.
¿Línea clara?; escoplo preciso.


III.
El “Cancionerillo encontrado”, en clave de sol machadiano, es una de las secciones que más me entusiasman. Quede aquí esta copla —postestructuralistas, consulten a su médico antes de leer—:

No es soledad estar solo
sino creer que es tu nada
el principio y fin de todo.

Y otra, donde la fragilidad de nuestros quereres y comunicaciones no se trae para socavar ninguna antropología, sino para susurrar sabiduría cordial:

Soñé que un hilo delgado
tu sueño y mi sueño unía.
Y la mañana llegaba
y el hilo no se rompía.


IV.

Por poner en desordenada ristra un heterogéneo dechado: un poema mesanziano, en tono y tema, “Amor omnia vincit”; ironía, si no la hubiese, no habría Baltanás en estas páginas —pero las ironías se salvan, como todo, más allá de sí mismas, si al tirar la piedra no solo no esconden la mano, sino que muestran el corazón que las tiró—; hallazgos de imagen, alegoría de ley sin didactismos en “Reloj de sombra”; Ronsard, Pascal… Pero dejemos que el lector haga sus descubrimientos.

viernes, 23 de octubre de 2015

T. S. Eliot en el Club Chesterton: cuatro notas

I.
Sin ánimo de banalizar, pero como se dice en los Cuatro Cuartetos, "el momento dentro y fuera del tiempo", algo de eso pasó ayer en la sesión del Club Chesterton: invitado a hablar sobre Eliot a un buen grupo de profesores y alumnos de la Universidad CEU San Pablo, el tiempo se me volvió de esa textura extraordinaria de la comunicación cuando es comunión. 

II. 
Ahora, al recobrar el tiempo por la narración, me doy cuenta -me doy el relato- de que fue un día especial: por la mañana, dialogando con los alumnos del grado de Publicidad sobre Penélope y Ulises y la necesidad del reconocimiento, de entregar y recibir historias (con el eco de Higinio Marín); por la tarde, con los alumnos del Máster, desentrañando el cuento de Aldecoa "Seguir de pobres", acompañando los elocuentes silencios narrativos de los segadores de posguerra; y ya cayendo la luz, volviendo a contarme y contando la historia humana y poética de Eliot.

III.
En el autobús de vuelta a Ítaca, al Norte peninsular, a Kensington, a Puerta de Toledo... -ya discernir era inútil a aquellas horas de la incipiente noche que todo lo hermana-, con algunas asistentes a la conferencia, seguimos hablando de Eliot, de C. S. Lewis, de Newman, de Keble, de una novelista cuyo nombre no recuerdo...

IV.
Esta mañana se oculta tras una celosía leve, de trama blancuzca y tupida, hasta robarle las sombras a todo. No sé por qué, acato que también esto debe ser la literatura: un modo de mirar. Son las mañanas de la resaca.  
   

viernes, 18 de septiembre de 2015

J. R. R. Tolkien. El árbol de las historias, en Espacio Leer: cuatro notas


I.
Tiene algo de visita ultraterrenal. Cuando el traductor se encuentra con el autor traducido -y no me refiero a haber traducido a Wordsworth, eso sería vudú- se produce una encarnación: tú, que tanto te has peleado con las palabras dichas por su espíritu, un día se te aparece en carne mortal, y te dice How are you? Pleased to meet you, y experimentas una dimensión extraña, y te sientes un poco astronauta sin escafandra, ligeramente mareado, parcialmente redimido, como superando una meta volante del Juicio Final. Otro día escribiré de esto. Lo que viene al caso es que ayer se me apareció Colin Duriez, cuyo J. R. R. Tolkien. Génesis de una leyenda traduje hace no mucho. Y tuvimos un muy buen rato de conversación, me sentí inkling y todo. Además, había sido convocado por Pablo Gutiérrez, Director Adjunto del Servicio de Actividades Culturales de la Universidad CEU San Pablo, a una comida con Colin, Maica Rivera y profesores de esta universidad. Disfruté mucho.

II.
Colin había venido a participar en la presentación del libro colectivo J. R. R. Tolkien. El árbol de las historias, coordinado por la profesora María Isabel Abradelo, en Espacio Leer. Allí, una concurrida audiencia pudimos escuchar el texto de Colin, en un agradable inglés británico, y asistir al coloquio. El texto de Colin, "Tolkien for all ages", viene sobre todo a valorar su aporte literario y cultural, algo así como una Aneca periódica con los clásicos, para pulsar su contemporaneidad, es decir, su universalidad, y que siga sonando un buen acorde, en ese encuentro con nosotros -otro día hablamos de Paul Ricoeur.

III.
Me contaba Maica que esa curiosa mitad del local, atestada de trajes, es un co-working con unas modistas. Yo le comenté que hacía tiempo que esta yuxtaposición libros y trajes me tenía intrigado. Como el ser humano no puede dejar de interpretar para vivir (Ricoeur otra vez), de establecer relaciones e integrar, le conté que para resolver este misterio había buscado entre unos y otros objetos la cualidad del tejer: textos y trajes se deben a esa común naturaleza. Me invitó a escribir un relato. Tomo la invitación. 

IV.
J. R. R. Tolkien, el árbol de las historias, un volumen para disfrutar, aprender, y comprobar si la reivindicación de Tom Shippey, que hace a Tolkien el autor del siglo XX, gana o no plausibilidad. El tiempo es el mejor lector; terrible, indeed.

viernes, 11 de septiembre de 2015

Javier Aparicio Maydeu en Espacio Leer: cuatro notas



I.
Vuelves del verano e inevitablemente hay cosas que te gusta que sigan donde estaban, y otras que preferirías que ya no estuviesen. Espacio Leer es de las primeras. Ayer fue un suave empujoncito para acabar de ajustar el modo mental "Curso"; sí, ya estamos a lo que estamos, y a toda vela.

II.
Un descubrimiento, Javier Aparicio Maydeu y su tetralogía sobre la escritura literaria, en el diálogo de ayer. Una tertulia viva con alguien que habla desde un lugar de experiencias largas y aquilatadas sobre la escritura, la literatura, el sistema comercial, escritores... No recuerdo si era Agamben, a quien le leí algo sobre la pérdida de la experiencia en nuestra sociedad, donde todo es de ayer mismo, y no hay recorridos largos que alimenten memorias ni experiencias transmisibles. Bueno, pues ayer, en ese formato gruyere que tienen estas tertulias, agujereadas por la curiosidad y el derrotero incierto de la conversación, tocamos experiencia. 

III.
El sentido elitista de la cultura, la alta literatura, entre muchos otros temas... clarísimo. Argumentaba Fernando Rodríguez Lafuente, y entre matices y anécdotas se asentaba pacíficamente la idea. Ahora me voy a ahorrar la matización de que "cultura" es término plurívoco, de la tupida red de tradición-mediación-hibridación, de niveles, de que no se trataba de un alegato fascista, bla bla bla... Elite no es desprecio, es avance en nombre de todos, porque todos, evidentemente, no podrán nunca avanzar al mismo paso. Y las élites espurias se apochan como fruta advenediza y huera.

IV.
Interesantísima tetralogía, creativa desde el mismo diseño gráfico de las páginas, de escritor que está pidiendo a gritos complicidades; y unos contenidos de alta pertinencia para quien esté en la galaxia-escritura, enseñando, aprendiendo, leyendo, escribiendo, pensando la creación y la creatividad (ineresante distinción), los cómos y los porqués y los quiénes. To be continued.

jueves, 9 de julio de 2015

T. S. Eliot en el aula de escritura creativa: "La tradición y el talento individual"



Para el cincuentenario del fallecimiento de Eliot Nueva Revista me pidió un artículo. Lo escribí con el deseo de articular ideas y debates que han aparecido en mis clases de la asignatura El oficio de escribir, en el Máster Universitario en Escritura Creativa de la UCM. 

El artículo aborda, entre otros puntos, la presencia del Romanticismo en nuestro presente: opino que todavía pedaleamos dentro del ciclo romántico. Posiblemente la posmodernidad no sea más que "Romanticismo para todos", por simplificar un poco. Cuánto lo quede, no me atrevo a vaticinarlo. Mientras tanto, aquí está Eliot, en el botiquín de urgencias del escritor avisado.

miércoles, 24 de junio de 2015

Espacio Leer



Se va consolidando el Espacio Leer como un lugar de encuentros literarios. He tenido la suerte de asistir a tres (sobre autores actuales de 30 años, sobre la actualidad del mito de Orfeo, sobre la obra de teatro La última sesión, diálogo Freud-C. S. Lewis); suerte, porque no es frecuente ni en la calle ni en ámbitos culturales un clima de diálogo cordial. La iniciativa está llevada a cabo con profesionalidad, los detalles están cuidados con mimo, el local llama la atención por su limpieza y la sugestiva luz vespertina que entra por la cristalera; doy fe de que los invitados y el público se encuentran a gusto, y hay pasión por parte de los organizadores. 

No creo que sea por las lecturas de Byung-Chul Han -aunque su aporte han tenido-, pero cada día  me autolimito con más prudencia en Internet, aprecio más las "presencias reales" de las personas -ahí está Steiner-, intento captar y seguir los ritmos del encuentro presencial. Y no es fácil. Las inercias de la aceleración, de las rupturas rítmicas, del deslizamiento vertiginoso por las superficies de todo van quedando metabolizadas... por no hablar de la dificultad para un auténtico slow reading... Por eso reconforta Espacio Leer, un Lugar, con mayúsculas. Un Acontecimiento.

sábado, 30 de mayo de 2015

El último cortejo, de Laurent Gaudé: cuatro notas de lectura



I.
Hay escritores como hay especies e individuos en el reino animal. ¿Diría infinitos, variados? Lo diría, y aquí hay una novedad, y una felicidad para quien frecuente las sendas literarias. El último cortejo, de Laurent Gaudé. 

II.
Gaudé raya alto, en todas las provincias del oficio de escribir. Yo ejercito un prejuicio de lectura: en la primera esquina de un texto espero al narrador estilista, y si la visitación se da, entonces puedo seguir con entusiasmo la trama, el suspense, el pensamiento, los matices de los caracteres; incluso perdonarle al novelista casi todo lo imperdonable. En El último cortejo el estilista cantó en las dos primeras frases, sin impostación, sin sobreejecución, sabedor de su voz aquilatada. Y desde ahí, fue una delicia seguir, como a Orfeo, su canto.

III.
¿Novela histórica? Novela, el gesto sabio y el proceder seguro de quien trasciende un género. Un interés por un personaje, un mundo, y ahí una exigencia estética conducida con pasión y riesgo. Gaudé actualiza una bella mirada, con independencia del paisaje que atraviesa.

IV.
Alejandro Magno, sus últimos días, un grupo de allegados, el Imperio, la vida, la muerte, la eternidad… La escritura justa, las cadencias cordiales, la seriedad creativa… Un referente para quien escribe, un horizonte que contagia fiebre a los dedos sobre el teclado, un excelente acompañante para el camino. 

miércoles, 13 de mayo de 2015

Próxima conferencia de Santiago Posteguillo en el Máster Universitario en Escritura Creativa UCM



El próximo 19 de mayo, martes, Santiago Posteguillo pronunciará la conferencia de clausura del Máster Universitario en Escritura Creativa de la UCM, titulada La construcción de una novela histórica: cuando la ficción navega sobre el océano de la historia. La conferencia tendrá lugar en la Sala Naranja de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid, a las 16:30 h. La entrada es libre.

Verdaderamente será un placer y un honor contar con Santiago en el Máster, escuchar sus reflexiones sobre el género de la novela histórica y poder entablar un diálogo con él. La calidad literaria de sus novelas históricas es algo que no cesa de recibir un refrendo constante de público y crítica; y no es para menos, cuando se descubre en sus textos una concienzuda documentación, una preparación filológica excepcional, una mirada fabuladora ingeniosa, y una pasión por sus personajes y el mundo en que vivieron. Si T. S. Eliot escribía que el escritor de talento asume una tradición, y contribuye a ella, actualizándola, alterándola aun mínimamente, creo que Posteguillo está consiguiendo refigurar la mirada tradicional sobre el mundo clásico romano, ampliando el paisaje y la recepción. “Los romanos” han sido para nuestro imaginario colectivo Julio César, Cicerón, Claudio, Nerón… y ahora ¿cómo olvidar a Escipión y Trajano? Estamos viendo más, y estamos viendo mejor.

Y a continuación una semblanza literaria: 

Santiago Posteguillo, filólogo, lingüista, doctor europeo por la Universidad de Valencia, es en la actualidad profesor titular en la Universitat Jaume I de Castellón donde ejerció como director de la sede en dicha universidad del Instituto Interuniversitario de Lenguas Modernas Aplicadas de la Comunidad Valenciana durante varios años. En la actualidad imparte clases de lengua y literatura inglesa, con atención especial a la narrativa inglesa del siglo XIX, el teatro isabelino y la relación entre la literatura inglesa y norteamericana con el cine, la música y otras artes.

Ha estudiado literatura creativa en Estados Unidos y lingüística y traducción en diversas universidades del Reino Unido. Autor de más de setenta publicaciones académicas que abarcan desde artículos de investigación a monografías y diccionarios especializados, en 2006 publicó su primera novela, Africanus, el hijo del cónsul, primera parte de una trilogía que continúa con Las legiones malditas (2008) y La traición de Roma (2009).

En 2008 quedó finalista del Premio Internacional de Novela Histórica Ciudad de Zaragoza con Las legiones malditas. Sus novelas son recomendadas por medios tan prestigiosos como El País, Historia-National Geographic, Qué Leer, SER-Historia o ABC Radio-Valencia por mencionar algunos ejemplos. Sus novelas se leen en España, Colombia, México, Argentina, Ecuador, Venezuela, Uruguay, Chile o Estados Unidos entre otros países y se han traducido a otros idiomas como el polaco, el italiano o el catalán, mientras se preparan más traducciones. Desde marzo de 2008 todas sus novelas permanecen entre las 200 novelas más vendidas del índice de ventas Nielsen en España, llegando a estar en algunos momentos entre las 10 más vendidas.

Igualmente, desde 2008, Posteguillo imparte un taller de literatura creativa en colaboración con la Universidad de Valencia y la empresa Tecnolingüística.

En 2010, la trilogía de Escipión ha continuado recibiendo diversos reconocimientos, como el Premio de la Semana de Novela Histórica de Cartagena y el Premio de las Letras Valencianas otorgado este año a Santiago Posteguillo por la Generalitat Valenciana.

En 2011, Los asesinos del emperador, su última novela, quedó finalista en los Premios de la Crítica Literaria Valenciana.

En 2012, El programa cultural «Continuará» de La 2 de Televisión Española en Cataluña concedió a Santiago Posteguillo el Premio de las Letras. En septiembre de este año, se publicó el volumen “La noche en que Frankenstein leyó el Quijote” donde el autor repasa algunos de los enigmas literarios más sorprendentes de la historia.

En 2013 publicó Circo Máximo, segunda parte de su trilogía sobre el emperador Trajano, y las obras de Santiago Posteguillo han seguido cosechando reconocimientos, como el Premio 9 de marzo de la Asociación Gregal de Estudios Históricos o la Doble Corona Mural otorgada por el Senado Romano  de la Ciudad de Cartagena. Asimismo, “La noche en que Frankenstein leyó el Quijote” ha sido nominada para el Premio de la Crítica Literaria Valenciana en la categoría de “ensayo y otros géneros”.

Entretanto, Santiago Posteguillo continúa trabajando activamente en la tercera parte de su nueva trilogía sobre Trajano, y sus novelas no dejan de aparecer en multitud de rankings de ventas y apreciación.


¡Os esperamos!

viernes, 8 de mayo de 2015

Pervivencia del Mito de Orfeo, en Espacio Leer: cuatro notas



I.
Asistí ayer al coloquio sobre el mito de Orfeo y su pervivencia, en el Espacio Leer, una meritoria iniciativa de la Revista Leer, que ha puesto en escena, o mejor, ha puesto un escenario para actividades diversas sobre la literatura. Los profesores Carlos García Gual y David Hernández de la Fuente ocuparon el tresillo púrpura para comentar sobre el mito, con ocasión de su libro El mito de Orfeo. Estudio y tradición poética, y al hilo de las preguntas de Maica Rivera, redactora de Leer. Maica hizo que el encuentro transcurriese en un andante con moto, suscitando respuestas iluminadoras, mientras el numeroso público seguíamos la conversación sin perder una jota. Una duración ni exigua ni prolija; a mi gusto, la que debería medir los actos culturales, que te deje con ganas de más y te haga sentir que has vivido otra temporalidad. La literatura va por ahí.

II.
Tomé bastantes notas, recordaba las clases con mis alumnos de Mitos literarios y publicidad de autor, en el primer cuatrimestre, aquella vez que se avivó un interesante diálogo sobre el mérito o demérito de Orfeo en su descenso al Hades en rescate de Eurídice. Recuerdo a la facción crítica con una ferocidad vecina a la de las ménades, dispuestas a despedazar a Orfeo: “Si tanto quiere a Eurídice, que muera y se reúna con ella, y no nos venga con trucos”, haciéndose eco de la crítica de Platón al cantor, en El Banquete.

III.
Escuchando a los dos expertos, no me resistí a continuar en mi libreta unas notas sobre los atributos del arte, en el contexto de este mito: si el arte no puede vencer la muerte, sobre todo la muerte del otro —para tantas personas, más importante que la propia—, si es incapaz de retornar a la persona amada, al menos sí puede detener el tiempo por la contemplación en que se sumen ejecutante y receptor: Ovidio cuenta que tras el discurso forense ante Proserpina y Plutón, Orfeo hace valer su arma de delectación masiva, la música, y que los grandes sufrimientos arquetípicos, los de Sísifo, Tántalo, Prometeo, se detienen. ¡Se detienen! Qué increíble conexión entre arte, placer y misericordia. El arte puede instaurar otro tiempo, un tiempo nuevo que se hurta al tiempo de los relojes, y que se transfigura en algo muy parecido a un espacio bienaventurado: un espacio, y por lo tanto una habitabilidad; un cielo que llegaría a hacerse valer incluso en el mismo infierno. Pero un cielo transitorio en el mundo antiguo: el arte terminará y el infierno será, por necesidad, irrevocable.

IV.
Preguntaba Maica por la lectura de Orfeo que hace el cristianismo, y David Hernández dio una respuesta rigurosa e iluminadora. Continuando en mis notas el argumento, pensé que la acción de Orfeo y la de Cristo son igualmente por amor, el primero por Eurídice, el segundo por el género humano; pero lo que no consigue el primero, lo consigue el segundo, con la conclusión inconcebible para el mundo precristiano, de que el infierno cuando menos, umbrátil e insípido, cuando más, atormentador pierde la última palabra y deja de ser una de las vigas maestras de la economía cosmológico-ética de la Antigüedad. Cristo sí muere: respuesta al reto que había lanzado Platón al mito de Orfeo, de no alcanzar la dignidad de un comportamiento amoroso excelso. Lo que no se imaginaba el filósofo de las ideas era que se pudiera responder con otra historia que desbordaba los cauces del desafío: morir por amor, sí, pero además rescatar, resucitar y desautorizar el infierno.
Al salir no quise mirar el reloj, flotaba como una melodía en Lavapiés. Descendí al Metro.

jueves, 30 de abril de 2015

Composición romana

Qué imprevisibles, las cosas. Qué querencias de sí se traen, que no dejan de entreverarse. Qué diversas, y como siempre deseándose. Estos días pasados presenté una ponencia sobre escritura creativa en el congreso Por qué se escribe, para quién - Poetica e cristianesimo, en la Università della Santa Croce, Roma. Una de las tardes, con el profesor de guión cinematográfico, Enrique Fuster, contemplaba los tres frescos de Caravaggio en San Luis de los Franceses; otra, con Marita Caballero y Rocío Arana, por las callejas que vagan mansas y mojadas alrededor del Panteón; y otra mañana escogía una postal con retrato pensieroso de Lord Byron para José Luis Piquero, en la casa museo Shelley-Keats, Piazza di Spagna. Ahora, traído y llevado por otro pastoreo, el de este Madrid, la memoria me impone restricciones: solo este collage, nada más en cabina. Es el low-cost de la vida, y sin embargo, qué a mano te pone la poesía.


viernes, 24 de abril de 2015

Motivos personales, de José Luis Morante: cuatro notas de lectura





I.

Al remate de este catarro que me dura ya demasiado, pergeño estas notas a los Motivos personales, de José Luis Morante. Cuando te encatarras -a mí me ocurre-, todo se achica, multiplica, enrevesa y amogollona; y al torpor racional, la mesilla de noche se abigarra de objetitos dejados por los mil cuidados y por la vida, siempre celosa de su cotidiana ración de obligaciones -te encuentres como te encuentres-. Paciencia. Cabría considerar a este curioso decantado una carnavalesca Crítica de la razón dormida. Y aquí viene el libro de aforismos de Morante: un aforismo es ese aprieto del pensar largo traído a un dedal, ese pensamiento transfigurado a cosa, cosita. Y así, algunos de estos Motivos personales hasta quedan como un objeto vibrando por mi cabez(er)a.


II.

Los hay como este, con el que a modo de estandarte pienso entrar en mi próxima clase del Máster de Escritura Creativa:

ARTESANÍA. Taller de autor. Cálculo técnico. Ebanistería que los románticos llamaron inspiración.

O este, para cuando nos pongamos el delantal:

INÉDITOS de textura adiposa. Necesitan una dieta adelgazante.

Textura, texto de paladeo grasiento, párrafos de compleja digestión. Henry James decía que en arte, la economía es belleza. Y, añado, en la cocina de la escritura, es salud para todos. 

O este, otra brújula impagable:

LOS textos literarios deben transmitir la fortaleza de una cristalización repentina.

Otros me dan para un enjundioso diálogo:

AL argumentar sobre el autorretrato, José Ángel Valente anotó: "El sí mismo solo es visualizable por oposición al otro".

Pienso que la sombra de Saussure es tremendamente alargada, todos los filólogos llevamos algo ginebrino en el ADN -alcoholes aparte-. A mí me gusta ir de la oposición bipolar al encuentro dialógico, allí las imágenes se vuelven dinámicas. Y redescubrimos la temporalidad. Creo que esto daría para una convergente conversación con el autor. 


III. 

Morante bien sabe del visaje moral del aforismo, porque del rozarse de la vida viene y a ese roce retorna, y raspa ahí su fulgurante cerilla contra la cerrada oscuridad:

FRENTE al tirano, la solemne grandeza de Antígona: "Yo no he nacido para compartir el odio, sino el amor".

Que, por cierto, reanima un estimado recuerdo de lectura. O:

LOS escritores de aforismos son moralistas utópicos, empeñados en la corrección de comportamientos ajenos.

Sí, pero la brevedad los redime y civiliza. Tan comprimidos van los aforismos, que integran su propio prospecto: etiología, tomas, contraindicaciones, cortesía y respeto. 


IV.

En algún momento, al pensar en esta serie de aforismos, me he figurado todo lo que habrá descartado el autor (ideas, palabras) para llegar a estos epigramas, estas justezas, este pensar miniado: me he imaginado una montaña de virutas, y he pensado en el generoso derroche que es el arte, y he visto un frondoso roble que, bajo las idas y venidas del cepillo ebanista, resulta al fin un estilizado palillo. Ese que llevar entre los dientes, mientras rumiamos una verdad, una belleza. Nada más, nada menos. Menos es más. Qué bien. Menos mal.


viernes, 10 de abril de 2015

La muerte oculta, de Javier Sánchez Menéndez: cuatro notas de lectura

Resultado de imagen de La muerte oculta Javier Sánchez

I.
La muerte, con el tiempo, se me ha ido haciendo presente, y así, presencia. Imprevisible, pero puntual en traer sus notas, sus apuntes... hasta avisarme de otras maneras, otros colores, otro pesar de las cosas. Ya no sabría vivir sin ella. Curioso. Me lo recuerda La muerte oculta, poemario de Javier Sánchez Menéndez, que lleva ya un tiempo en mi estantería, y así me recuerda leve y me lo recuerda todo leve. Antonio Colinas sitúa el libro en su tiempo histórico de escritura, para de ahí levantarlo al misterioso tiempo de la lectura. La que cualquiera puede hacer, una tarde, al tomar el libro de su estantería.

II. 
Tomás Rodríguez Reyes, en su ensayo de epílogo recorre La muerte oculta en su estructura y explicita sus fibras para que los poemas anuden firmes en referencias y resuenen en ecos, en la gran polifonía de las palabras necesarias. Yo me limito a abrir el libro, a dejar que una estrofa de canción se diga, como al pasar por una calle, una voz. Yo obedezco a 'La siembra':

Te han dejado dormir este noviembre,
cuando comienza la siembra de los brotes,
cuando el invierno ajeno a los espacios
pasea por ese sitio
y me aguarda en la noche de los sueños.

III.
Cuántas veces, al leer unos versos, los descubrimos vividos desde hacía tiempo, nos palpamos el alma, los bolsillos, "Pero, si los llevaba encima". Al acaecer al fin en otra voz, en una voz, sabemos una vez más que la vida está siempre a un punto de decantarse en poesía. Así, al leer:

La noche ya es la noche,
la terrible canción sin fin ninguno.
No hay realidad en la noche
y ya llegó mi vida, mi amor
y mi destino: siempre es la claridad.

IV.
Cuántas noches que no queremos, terribles porque nos disuelven... Y nos parece poco decoroso que todo esto siga sin nosotros, y echamos mano de "mi vida, mi amor/y mi destino: siempre es claridad". Esa intuición que se rebela, esos versos que acuden a la mano vacilante, para trascender la muerte oculta. 

lunes, 6 de abril de 2015

Aprender a escribir con Jane Austen y Maud Montgomery, de Inger Enkvist. Una invitación


Está a punto de salir esta ingeniosa obra de Inger Enkvist, catedrática de español de la Universidad de Lund (Suecia). Investigadora rigurosa y entusiasta, intelectual humanista, a menudo le pone las peras al cuarto a lo políticamente correcto en los ámbitos académicos. Desde Vargas Llosa (de quien es una autoridad mundial) hasta los programas de la pedagogía moderna, entra con paso firme hasta la cocina, y sus propuestas son luminosas, operativas, esperanzadoras. 

¿Puede enseñarse a escribir literatura? ¿En qué sentido? ¿Qué se se puede aprender de autores sólidos, aunque la distancia cultural sea importante? ¿Y si hubiera algo transcultural, humanamente plausible? ¿Qué tiene que ver esto con la identidad?

Pues todo eso en este libro accesible y sensato, que en primer lugar puede enriquecer la lectura/relectura de estas dos autoras, y aportar a continuación orientaciones para quien esté bregándose en la escritura. 

Publicado en la colección del Máster Universitario en Escritura Creativa del Departamento de Filología III, de la Universidad Complutense de Madrid.

Se presenta el jueves 9 de abril, a las 16:30 en la Sala Naranja de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense, Avd. Complutense s/n. Contará con la presencia de la autora. Entrada libre.


miércoles, 1 de abril de 2015

Campo de coles. Pontoise, de Camille Pissarro. 1873. Estampa

Campo de coles, Pontoise, Camille Pissarro

El Campo de coles, con sus repollos bajo el sol, sus distintas glebas picadas de siena y violeta, como mojadas de claridad, y su senderillo sofocado casi entre las parcelas, venido desde la arboleda de atrás, de abetos y plátanos encumbrados, de frondas amarillentas en los contornos, me recuerda esas impresiones de la infancia que la memoria envuelve en su vaho; impresiones de arboledas magníficas, masas de verdor que se hacen presencias primeras, originales, en la intimidad del niño; aires y ámbitos en que se vive sin advertir, signados de un silencio insondable.

Palabras, pobres palabras; contraseña ya imposible.